Política

Los palcos

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El partido de México contra Panamá era tan malo que me permitió perderme en ensoñaciones. El camino a Xochimilco confluye con la calzada de Tlalpan en la glorieta de Huipulco. Desde esa rotonda se llega al gran Estadio Azteca. A un lado de Xochimilco queda Tlalpan (“sobre la tierra”). Durante la época virreinal se llamó San Agustín de las Cuevas.

No recordaba que, a principios de 1962, en el sur de la ciudad se oían las explosiones con que los arquitectos de Pedro Ramírez Vázquez se abrían paso entre la piedra volcánica para cimentar al Estadio Azteca. Una ciudad, un mundo ha desaparecido en nuestras narices: Gustavo Díaz Ordaz, Stanley Rous, Ernesto P. Uruchurtu, Emilio Azcárraga Milmo, Guillermo Cañedo, Julio Orvañanos, Fernando González. Repasemos: el presidente, el máximo jerarca de la FIFA, el dueño de Telesistema Mexicano, los presidentes del América, el Necaxa, el Atlante. Todos ellos acudieron una mañana de junio de 1966 al palco presidencial desde donde se inauguró el Coloso de Santa Úrsula.

Si entro por los pasillos de la memoria, me encuentro con Guillermo Zamacona, un eficiente asociado de Azcárraga Milmo. Mi padre trabajaba con Zamacona, no sé muy bien en qué, pero recuerdo que mi padre era un buen operador, gestor, un hombre capaz de meterse hasta la cocina de sus enemigos. Su base de operaciones estaba en Polanco. Mi padre trabajó fuerte y pesado, pero feliz y pletórico, durante los años de la construcción del Azteca. El resultado: dos palcos de nuestra propiedad.

Creo que nunca fui tan feliz, el estadio en la palma de la mano. El 29 de mayo de 1966 nos perdimos el encuentro de la inauguración, pero mi padre se comprometió al segundo juego. Ese día jugaba el Necaxa contra el Valencia. A mí el palco me parecía como un departamento de lujo donde podríamos vivir: una sala interior, un baño, cocineta, televisión, en fin, lo mejor de lo mejor.

Las cosas de la vida. Mi padre tuvo que vender los dos palcos, supongo que a un precio de risa, para salir adelante de dos o tres deudas agobiantes.

Para el año de 1970 no quedaba nada, ni palcos ni pases de cortesía, nada. Vi el Mundial a solas y en televisión mientras mi madre me preguntaba en qué consistía el fuera de lugar. Nunca pude hacerle entender lo que significaba aun cuando a ella le tomaron ventaja en la vida con goles en posición adelantada.

Rafael Pérez Gay

rafael.perezgay@milenio.com

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