Política

Echeverría, un recuerdo

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Echeverría cumplió cien años. Acabo de recordar que el jueves 10 de junio del año 1971 fui a tomar clase al Instituto Francés de América Latina y más tarde al cine con mi madre. Vimos Anónimo Veneciano, la película de Enrico María Salerno, en el cine Ritz que estuvo en la calle de Yucatán, cerca de Ámsterdam, de Insurgentes, de la librería de la UNAM y no sé de cuántas cosas más que han desaparecido.

Una love story a la italiana que transcurre en Venecia. Florinda Bolkan y Tony Musante en los papeles principales se gritan como locos y ofenden con insultos italianos. La verdad es que la película me estaba fastidiando en la oscuridad, a los diálogos de reproche siempre le seguían palabras de amor, y viceversa, y la Bolkan no enseñaba los pechos ni de chiste. Mi madre en cambio parecía metidísima en el drame psicologique.

La manifestación en apoyo a la huelga de hambre de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nuevo León salió del Casco de Santo Tomás. El plan maestro de los organizadores indicaba que recorrerían Carpio y la Avenida de los Maestros para desembocar en México-Tacuba. Mientras Florinda Bolkan besaba a Tony Musante, los granaderos bloquearon las calles adyacentes a la marcha. Cuando Florinda Bolkan admitió que aún amaba a su ex marido, los granaderos abrieron sus filas y detrás de ellos apareció un grupo paramilitar. Sí, Los Halcones. Armados con varas de bambú, kendos y rifles de alto poder.

En esa ciudad todavía no existía, por cierto, el Circuito Interior, Melchor Ocampo era una calle con un camellón alto como una valla. En un momento culminante de la historia de amor, Tony Musante le confiesa a su ex mujer que padece una grave enfermedad, un cáncer incurable. Mi madre salió triste y molesta del cine, como si supiera leer el destino en las señales de su mano.

Mi hermana llegó a casa después de la 9 de la noche. Contó su historia. Un grupo de amigos corrió a refugiarse a la Normal perseguido por Los Halcones. Saltaron las puertas cerradas de la escuela. Les disparaban por la espalda. Un joven corría con ella hombro con hombro en el patio del plantel. De pronto, lo perdió de vista. En la carrera, volteó y lo vio en el suelo, herido. Lo llevaron a un salón. Murió en sus brazos. El tiempo vuela. Echeverría ha cumplido cien años y nadie lo juzgó.

Rafael Pérez Gay

rafael.perezgay@milenio.com

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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