Hay coincidencia en que la Comisión Disciplinaria de la Federación Mexicana de Futbol actuó con tibieza al sancionar a los protagonistas de hechos un tanto inusitados de indisciplina ocurridos en la jornada pasada de la Liga Mx.
Que un árbitro le haya dado un rodillazo a un jugador que se le encimó para reclamarle alguna de sus decisiones no es algo nada común. Pero al silbante Fernando Hernández, el agresor y protagonista de esa acción, le dieron solo 12 partidos de suspensión. Si un jugador le hubiera hecho lo mismo al árbitro hoy estaríamos atestiguando el anuncio de una sanción de un año. En cambio, Hernández, en el peor de los casos para él, estará sin pitar tres meses.
Y a dos entrenadores que se enzarzan en una acalorada discusión en pleno partido, en su zona de trabajo, y ante los ojos de todos se insultan, se jalonean (uno le rompe la camiseta al otro), y luego, cuando los expulsan se siguen insultando y retando a golpes… bueno, a ambos solo les dieron dos partidos de suspensión.
Pese a que todos los protagonistas de estos hechos violentos han declarado su arrepentimiento y se han comprometido a que no lo volverán a hacer, suena a muy poco, a nada ejemplificante el castigo que se les impuso.
Suena a poco porque además los actores de estas agresiones no son comprometidos a nada más por parte de la Comisión Disciplinaria.
Es decir, solo se les impone el castigo que los ausenta de un solo momento de su trabajo, cuando se realiza el partido siguiente. No es que no puedan entrenar durante la semana o que no puedan estar en un palco, en el caso de los directores técnicos, dando instrucciones a sus auxiliares. Tampoco hay un protocolo que obligue a quienes violentan este espectáculo desde la cancha a participar en campañas que manden un mensaje educativo hacia el gran público.
Hoy, que tanta facilidad hay para difundir mensajes, nadie trabaja en esto.
