Pareciera algunas veces que el futbol tiene secretos indescifrables a la par que inconfesables. Difiero. Es relativamente hasta sencillo encontrar explicaciones a todo lo que nos sorprende e intriga.
¿Qué explica un fracaso rotundo como el del Cruz Azul? ¿Un equipo que se arma cada torneo, con gran cobertura de los medios e interés de sus todavía millones de aficionados, para ser campeón?
En primer lugar que el talento que lograron generar o comprar en el mercado futbolístico no tuvo la calidad de cuando menos 15 de los 18 equipos que se situaron por encima de él en la tabla de posiciones; 15 equipos presentaron mejores jugadores, mejores entrenadores, mejor conjunción, mejor preparación física y mental.
El Cruz Azul ocupó el sitio 16 de forma merecida de acuerdo a las deficientes actuaciones en cada partido de la Liga. No fue que quedaron eliminados y al borde del abismo por un asunto de mala suerte o por yerros de los árbitros.
Fueron un equipo muy malo. Sin capacidad para defenderse, nulos para hacerle daño al rival. Inoperantes para generar una propuesta definida de juego. Sin líderes dentro y fuera del terreno de juego.
De esto, tendrían que hacerse responsables todos quienes forman parte de este club deportivo. Empezando, por supuesto, por quienes encabezan como directivos la toma de decisiones. De cara a esos fieles seguidores que sienten sus colores y van al estadio o se sientan ante su televisor a defenderlos en cada partido, deberían de establecer una puntual autocrítica.
Antes que mandar un mensaje, ya publicado, de que vendrán cambios pronto (tal cual lo hicieron la noche del pasado domingo), tendrían que demostrar que saben en qué se equivocaron y quién se equivocó.
Pero nada. Todo suena otra vez a parte de la misma historia tan reiterada de pésimas decisiones que no es más que el alimento preferido de los grandes fracasos.
