Celebro desde lo más alejado a la postura de un hincha antiamericanista, el título de Liga conseguido la noche del domingo pasado por el Toluca.
Y lo celebro fundamentalmente porque con este triunfo se regresa a los equilibrios reales de una Liga como la denominada Mx.
Nunca fue tan superior en modelo de juego, ni en plantilla, ni en dirección técnica el América como para merecerse tres campeonatos seguidos y menos el cuarto que disputaron ante los dirigidos por Antonio Mohamed.
Sobre todo en las Liguillas que terminaron dándole a las Águilas los campeonatos dos y tres; su éxito quedó manchado por decisiones arbitrales que claramente perjudicaron al Cruz Azul, su rival en la Final y en la semifinal de los torneos a los que me refiero.
Esto no debe de olvidarse.
No digo que este América no sea un gran equipo y que el entrenador brasileño que está al mando no sea uno de los mejores. Lo que digo y recalco es que no lo han sido como para merecer de forma incuestionable ese triplete y menos un cuarto título.
Tampoco digo que ese Cruz Azul (dirigido por Martín Anselmi), que terminó amargamente siendo eliminado por el América no se quedara corto y torpemente dejara su suerte final en manos de árbitros incapaces e influenciables.
De regreso a la actualidad, ya era hora de que el futbol mexicano tuviera otro campeón. Y quien llega a ocupar ese lugar es un club que ha invertido cantidades de dinero muy fuertes para hacerse de buenos refuerzos y un entrenador que se destaca por saber casi siempre cómo jugar series decisivas.
Mohamed fue muy sincero al término del partido en el que se impusieron 2-0 al América: “Fue un partido feo… había que jugarlo así y ganarlo con una jugada a balón parado”.
Se agradece su sinceridad. Y tan no era tan grande este América que esa simple ecuación no la pudo descifrar en 180 minutos.