Nuevamente el avance tecnológico no deja tiempo para establecer las normas de convivencia para su uso. El semestre pasado comenzó en la UNAM de modo presencial y en algunas facultades concluyó como se pudo: por correo electrónico, por zoom y hasta por Facetime.
Este semestre comienza a distancia y sin normas de convivencia claras, así que decidí preguntar a colegas y estudiantes sobre el uso de la cámara y el chat en las clases. Pensé que recibiría algunas opiniones, pero al momento ya son 170 comentarios del más variado tipo: desde quienes exigen al alumnado encender la cámara para verlos y prohíben el uso del chat, pues equivale a hablar en clase, hasta los que exigen apagar la cámara y emplear el chat.
En realidad, sucede lo mismo que en cualquier clase presencial: el docente debe fijar sus propias normas para que la clase sea un acontecimiento fructífero. Solo que esta ocasión las normas deben tomar en cuenta las limitantes del estudiantado. El mayor problema que enfrentan nuestros estudiantes es la conectividad: algunas zonas no cuentan con una buena conectividad. Por otro lado, varios estudiantes expresaron sentir ansiedad al verse en la pantalla y otros confesaron que no se sienten a gusto mostrando su casa a los demás. Exigir que se muestren ante la cámara suele ser lo más cómodo para la docente, pero puede ser intimidante para alumnos que de por sí, ya están muy golpeados con los estragos de la pandemia.
La distancia demanda a gritos despojarse de la solemnidad y pensar en el alumnado: ¿qué ve el alumno? ¿Una calva que habla? ¡No resulta muy atractivo! Pensemos en su perspectiva, ellos ven pantalla todo el día: tratemos de hacerlo de manera agradable, amigable. Comprensión, paciencia y afecto, son las armas pedagógicas para este semestre.
El ejemplo de este “echarle ganas” viene de un pequeño pueblo del municipio veracruzano de Misantla, Veracruz, en el que le preguntaron a la profesora cómo manejaría esta situación. “¿Internet? Pero si todos viven en casitas de cartón y son muy muy pobres, así que no sé cómo le voy a hacer, pero no voy a dejar a mis hijos abandonados”. Hoy esta profesora visita a sus alumnos casa por casa: si ella puede hacer eso, nosotros podemos esforzarnos y crear un ambiente lo más respetuoso y empático posible para nuestras alumnas y alumnos.