Difícilmente podemos catalogar la tecnología como buena o mala, es en su uso en donde radica su bondad o maldad. Las redes sociales, por ejemplo, han unido comunidades para ayudarse en situaciones de la labilidad, pero también han unido locos a los que poco importa el bien de un individuo o de una comunidad.
Me interesa pensar en un mal propio de las tecnologías informativas que suele presentarse como un bien: la huida tanto del aburrimiento como de la soledad. Cuando una persona se siente sola o aburrida, resulta fácil encontrar un paliativo en juegos, redes sociales y demás posibilidades.
Lo que la mayoría de la gente parece no notar es que el aburrimiento es tan necesario como lo es la soledad. Porque quizá el aburrimiento sea la madre de todos los vicios, pero lo es también de muchas virtudes. Y la soledad es una de las fuerzas más poderosas para recorrer el camino que conduce al individuo a sí mismo, esto es, al autoconocimiento.
Hoy, entre las cosas que más valoro se encuentra esa posibilidad de no hacer nada, eso que el daoísmo llamó wei wu wei: ocuparse de simplemente estar. Es el tiempo más preciado y no es tiempo perdido, es tiempo ganado a la vida del reloj y las carreras, a la vida de los deseos, del querer siempre más, al ruido, a la prisa.
Otis, el huracán, me hizo sentir la necesidad de alejarme de lo poco que manejaba de redes sociales para quedarme conmigo misma y con quienes amo. Otis me dejó lesionada emocional y físicamente, pero ante un cambio radical. Y no quiero decir necesariamente un cambio para bien, pero puede serlo. En mi caso, al recorrer las calles devastadas suplicando ayuda, conocí a muchas personas que en un minuto o una hora se transformaron en mis maestros de vida.
Más tarde en el refugio, conocí a una mujer que, habiendo perdido todo, con la mirada tan fija y aterrada como la mía, me decía: “no debo perder mi centro: mi centro soy yo. Mi centro es que estoy viva, que mi hijo está vivo, que mi nieto está vivo. Podríamos estar todos muertos y si estamos vivos es por algo”.
No sé si sea por algo, pero sí sé que puedo lograr que sea para algo. Este estar viva a pesar del dolor físico y de este periodo postraumático, este estar viva, digo, quiero que sea para algo. Lo que viene después de un evento así no “viene” es algo que se crea día con día, a veces desde el dolor y a veces desde la alegría de haber sobrevivido. Pero no es algo gratuito que “acontezca“, es algo en lo que una misma tiene que poner todo para que suceda.
En lo personal estoy convencida de que el camino es la entrega al otro, la donación de la cual hablaba Nietzsche: dar, darse. No abandonar nunca al que tuvo menos suerte que una misma. Compartir lo que se pueda con los menos afortunados se vuelve entonces el faro hacia el cual hay que caminar: necesitamos superar los dolores físicos y las lesiones que nos dejó el huracán para poder regresar fuertes y ayudar a los compañeros de desastre que no pudieron regresar a su casa, como yo, porque su casa está allá.
En medio del narcotráfico y el terror de quienes no respetan la vida ni el bienestar de los demás, en Acapulco surgen cientos de voces y de manos que se unen para ayudar, para cobijar, para amar. Ese quiero que sea el faro que ilumine los momentos terribles que vivo después de una experiencia como esta.
Y tú, querido lector, querida lectora, no los olvides: acuérdate de Acapulco: da.