Cultura

Ser animalista (Primera de dos partes)

Al humanismo, yo contrapongo el animalismo. Estos dos “ismos” apelan, el primero, al valor intrínseco del ser humano y el segundo, al de los animales, en el cual vamos incluidos, por supuesto, los seres humanos: lo que cambia es el motivo de la valoración, que veremos en la segunda entrega de este tema.

Comencemos por reconocer que no es gratuito que el concepto “humanismo” tenga una aura de grandeza y santidad que aparentemente no se encuentra en el concepto “animalismo”: este hecho solo deja ver lo antropocéntrica que ha sido hasta ahora nuestra concepción de la diversidad.

Lo ha dicho Alejandro Herrera Ibáñez: el antropocentrismo no es superable epistemológicamente, pero sí que lo es moralmente. Esto quiere decir que siempre conoceremos como conoce un ser humano, pero podemos preocuparnos por algo más que lo meramente humano y extender nuestras consideraciones morales hacia otros seres no humanos.

Por eso ser animalista no significa querer a los perros, los gatos y los ositos panda: no. Ser animalista implica muchas cuestiones, pero se sustenta en una fundamental: la consideración darwiniana de que todos somos animales que hemos coevolucionado: hemos evolucionado de manera conjunta y nos debemos los unos a los otros. Y por lo mismo, como dice mi querido doctor José Sarukhán, tenemos una corresponsabilidad ecológica para con la vida.

“Corresponsabilidad ecológica” conlleva la idea de que somos responsables de nuestra casa (oikós, casa, es la etimología de ecología; oikología). De modo que ser animalista conlleva la defensa de las ratas, mamíferos con sistema nervioso central y periférico igual al nuestro y por lo mismo capaces de sentir no solamente dolor, sino emociones complejas como miedo, ansiedad, celos, etcétera. Ser animalista conlleva la defensa de las lombrices o las arañas al igual que la de los elefantes.

En lo personal me tomó mucho tiempo comprender lo anterior. Más tiempo me tomó poder contemplar la belleza de un atún o de una rata. La única realidad que hoy me queda clara es que, mientras el animal no implique un peligro para mi integridad o la de mis seres queridos, no tengo por qué molestarle. Y cuando implica un peligro, si se puede elegir apartarle con respeto, es mejor que matarle.

En ocasiones esto no es posible y no queda más que optar por la propia vida o la propia salud frente a la vida del animal. Tal es el caso de los animales que son responsables de más muertes humanas que ningún otro: el mosquito. De ahí en fuera ni siquiera hace falta fumigar, como lo hacía yo cada vez que encontraba un bicho que me desagradaba. Con ser limpios, los “bichos” se van.

Ser animalista es sentir empatía por las otras especies de vida y es, Darwin dixit, la virtud humana más elevada.

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Paulina Rivero Weber
  • Paulina Rivero Weber
  • paulinagrw@yahoo.com
  • Es licenciada, maestra y doctora en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación se centran en temas de Ética y Bioética, en particular en los pensamientos de los griegos antiguos, así como de Spinoza, Nietzsche, Heidegger.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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