¿Cómo describiría Kafka el mundo contemporáneo? Quienes nacimos antes del despliegue brutal de tecnología a partir de la era de las computadoras, vivíamos en un mundo hoy inexistente: los jóvenes no pueden imaginar siquiera el mundo en que yo viví. Pueden saber de él a través de la literatura, sin duda, como yo puedo conocer el mundo de Platón. Pero ese conocimiento es intelectual, la vivencia de viajar en los barcos griegos de entonces, por poner un ejemplo, no podría yo tenerla jamás.
Las primeras letras que escribí fueron en la máquina de mi abuelo, que hoy luce en casa negra y vetusta como una antigüedad. Había que presionar muy fuerte y muy profundo cada tecla y se podían escribir palabras en rojo, pues la cinta sobre la que se insertaba cada tipo para dejar su impronta era de dos colores: maravilloso.
Más adelante, ya como niña mayor, mi padre compró una Olivetti mecánica que venía con su estuche azul. Tocar una tecla era impresionante si se comparaba con la profundidad a la que había que llevar el tecleo de la máquina de mi abuelo. Con esos antecedentes, cuando llegó a casa la primera máquina eléctrica apenas podía yo creerlo… y luego llegó otra a la que, por medio de una tecla, ¡borraba una letra! Y luego otra, que borraba hasta cuatro letras.
Es fácil comprender lo extraño que me resulta el mundo contemporáneo. Tengo un librito en cuya portada se lee: CONTRASEÑAS. Sin él no puedo hacer casi nada. Y claro, hay contraseñas que recuerdo de manera automática, como la de mi computadora o la de MILENIO y varias más. Pero son tantas las contraseñas que el mundo actual nos pide, que me resulta imposible recordarlas todas. Recientemente creé una nueva y mi hija me dijo: “Madre, se te va a olvidar”. Y no, no se me olvidó: lo que no recuerdo es para qué la creé: no tengo idea.
¿Cómo es entonces que los viejos de antes eran verdaderas bibliotecas parlantes, recordaban todo y por lo mismo eran muy respetados? Es que esos viejos recordaban muy bien cuestiones fundamentales para sobrevivir: el lugar en donde existían abrevaderos para las tribus, los lugares a donde nunca había que ingresar, la historia de su pueblo, en fin: recordaban del mismo modo que yo recuerdo cómo se vivía en mi colonia cuando era niña.
Esa información hoy no es útil. Hoy la utilidad está en la inmediatez y para ello es preciso aprender nuevas tecnologías y recordar números a cada instante para poder llevar a cabo una vida cotidiana normal. Esa inmediatez requiere velocidad, característica poco común en los viejos. Hoy, los viejos no inspiramos el mismo respeto que aquellos viejos porque no sabemos movernos en el mundo contemporáneo, el cual se mueve a una velocidad que ya es instantánea: podemos ver el bombardeo de una ciudad o las erupciones volcánicas en el instante en que están ocurriendo.
Lo que no queda claro es ¿para qué todo esto?, ¿hacia dónde nos dirigimos y por qué?