Los pacientes que sufren de un infarto al corazón, comúnmente ingresan a Terapia Intensiva; muchos de estos pacientes no alcanzaron a llegar al hospital y murieron en el lugar del infarto en su casa, en su trabajo, en un hotel etc. Algunos de los enfermos infartados pueden complicarse en la Terapia Intensiva y desarrollar un paro cardiaco por diferentes motivos; ahí durante el paro cardiaco se llevan a cabo maniobras de Reanimación Cardio pulmonar o RCP; anteriormente se llamaban maniobras de resucitación; pero los médicos no resucitamos a nadie. Cuando pasaba visita a estos enfermos que sobrevivieron y lograron salir del paro cardiaco con vida y sin daño cerebral, algunos quedaban atolondrados, otros no recordaban nada de lo que había sucedido y un grupo sí recordaba lo que sucedió; me decían que habían visto un túnel, una luz muy intensa, que sus familiares ya fallecidos estaban acompañándolos, o bien que Dios estaba presente lleno de luminosidad; el tiempo es diferente; el espacio es muy placentero y pacífico.
Palabras más palabras menos casi todos los sobrevivientes que recordaban tenían narrativas similares. ¿Pero qué pasa en el cerebro de estos pacientes que estuvieron a punto de morir? Algunos investigadores han atribuido estas experiencias cercanas a la muerte a un neurotransmisor conocido como DMT o dimetiltriptamina; este se ha aislado en mamíferos y vegetales; la administración artificial intravenosa de DMT en voluntarios, refieren sentir cosas similares a los pacientes postparo cardiaco que sobrevivieron. La estructura molecular del DMT es muy similar a la del acido lisérgico o LSD, una droga alucinógena o psicodélica.
Este tipo de sustancias modifican la percepción, la identidad, el espacio y la conciencia de quien las consume. Tal parece que el DMT es la llave que abre la puerta al más allá; la llave que permite entrar al otro mundo. Como es que un neurotransmisor como el DMT actúa sobre el cerebro para producir tales imágenes y sensaciones es todo un misterio. Lo que sí es real, y doy testimonio de esto, que me dijo un paciente sobreviviente: ¡Doctor, morir no es tan malo!