Entre el 23 y el 30 de mayo hubo, por cada millón de habitantes, un muerto por covid-19 en España y 20 en México: 43 decesos allá, 2 mil 551 aquí. Contrastante resulta la reacción de los presidentes de ambos países ayer. El español pidió al Congreso una prórroga del estado de alarma al 21 de junio, a fin de “seguir protegiendo a la ciudadanía no inmunizada contra el virus”. El mexicano confirmó el final de la llamada Jornada Nacional de Sana Distancia e inició una gira de actividades públicas por el sureste del país.
López Obrador viaja. Y no a recorrer hospitales —lo que sería demagógico pero tendría algún sentido— sino a inaugurar obra pública: absurdo pero, además, peligroso en vista de que esto promoverá concentraciones públicas en Tabasco, Veracruz y Quintana Roo, los estados cuatro, cinco y ocho por número de decesos.
Ya en ésas, ha preferido hacer el recorrido por carretera y no en avión, acaso para evitarse el cubrebocas, lo que, además de entrañar riesgo para sí mismo, pone en peligro a aquellos con quienes tenga contacto. Más grave, transmite, justo en el pico de la pandemia, que es concebible relajar las medidas sanitarias.
Cierto: tras dos meses de parálisis económica, no hay más remedio que caminar hacia la reactivación del país. Sin embargo, lo prudente es hacerlo observando protocolos sanitarios y buscando reforzar la idea de trabajar a distancia siempre que sea posible. Que el Presidente, en plena posibilidad de hacerlo, prefiera andar placeándose sin tapabocas ilumina sus prioridades.
Conocido es su desdén por el crecimiento económico, la salud de las empresas y el empleo formal; uno lo pensaría entonces concentrado en abatir la pobreza y la desigualdad y combatir la corrupción, piedras angulares de su retórica. La gira que ayer iniciara tiene otras metas: la movilización, la nota y la foto, el reapuntalamiento de su popularidad cueste lo que le cueste.
En ello le va la vida: la suya pero también la de aquellos a los que expondrá al contagio y la de tantos otros mexicanos que —lo reportaba MILENIO ayer— pasean ya por las calles sin observar medidas sanitarias.
La nueva normalidad a la que ingresamos es todavía pura saliva.