Al entonces presidente norteamericano George Bush hijo le salió muy caro, políticamente hablando, su descuido y tardía reacción ante los estragos causados por “Katrina”, que en 2005 devastó el sur de su país y específicamente la zona de Luisiana, habitada principalmente por afroamericanos. Sus altos porcentajes de aceptación, por lo de las torres gemelas y victorias en Irak, se fueron al suelo y su partido terminó a la postre hasta por perder la presidencia. Así de trascendentes son algunos sucesos cuando no existe una respuesta real, oportuna y adecuada ante un fenómeno súbito como el que se abatió sobre Acapulco y la costa guerrerense en días pasados. Lamentablemente, el presidente de México también reaccionó en forma un tanto anárquica, quizá desinformado hasta sobre el estado de la carretera que recorría hacia el puerto para “supervisar” la situación, lo que aparentemente ni siquiera sucedió. Su enojo debió ser mayúsculo por el hecho de que ni el Ejército ni la Marina ni su guardia nacional contaban con datos precisos de nada. Las fotos de su recorrido no planeado y la inexplicable carencia de medios de comunicación hasta de la propia milicia, se convirtieron en reflejo de la improvisación y la impreparación del gobierno de la república para enfrentar estas emergencias. El colmo, claro, haber desaparecido, dizque para evitar la corrupción, los recursos del Fonden, que apuradamente debieron ser ahora cubiertos por Hacienda.
Muchas fallas y errores de estrategia y logística, de esas que se han venido gestando y creciendo por la carencia de especialistas y consultores de nivel, así como la virtual carencia de un verdadero plan de riesgos y contingencia, ya no digamos de los equipos y tecnología de previsión requeridos, afloraron en el hecho al que se le perdió, al menos los dos primeros días, totalmente el control. Vamos, ni siquiera los elementos de seguridad federales, estatales y municipales se mostraron a la altura y dada la incapacidad para detener causantes de delitos como los saqueos y pillaje, que nada tienen que ver con la desesperación natural de ir en busca de víveres, agua, etcétera, mostraron que eso de evitar ser “represivos” termina por ocasionar desmanes, robos con impunidad (en otros países hasta se dispara, aunque sea al aire ante los saqueadores) y una debacle total de servicios. La rapiña, que prosigue, se da mientras los elementos de policía o del Ejercito aparecen en modo contemplativo, muy posiblemente bajo la orden estricta de no intervenir. La misma alcaldesa de Acapulco dijo que son cosas “producto de la desesperación”, mientras en una especie de tragicomedia, la alcaldesa de Chilpancingo daba su informe con fuegos artificiales y todo. De la gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado, reiterada prestanombres de su papá, no se supo que tomara medida alguna de prevención, como tampoco de servir para mayor cosa que no sea, como lo hizo Claudia Sheinbaum, de lisonjear al presidente López Obrador por su “correcta” aplicación de protocolos ante la tragedia.
Tan impreparado está el gobierno que es hora no se ponen de acuerdo las autoridades para que la ayuda externa fluya y llegue a sus necesitados destinatarios. Hoy, hasta hay desconfianza en el destino de dichas aportaciones. Y por experiencia no ha faltado ya que en México se da alrededor de una veintena de fenómenos anuales, entre tormentas tropicales y ciclones, como también se han dado casos tan graves como el huracán “Gilberto” de 1988, tal vez el más devastador de los que se recuerdan, que entró a México no una sino dos veces con vientos hasta de 300 kilómetros por hora y que causó 225 muertos, más de la mitad de ellos pasajeros ahogados en autobuses varados en medio del rio de Santa Catarina en Monterrey. Al presidente Miguel de la Madrid, quien ya había manejado el complejísimo caso de los sismos de 1985, ya de salida de su gobierno le tocó lidiar también con este problema. Pero en ningún caso se había visto que un presidente actuara, por decirlo así, tan despistado.
Naturalmente que tampoco es bueno que se lucre políticamente con el problema. A Xóchitl Gálvez le aconsejaron mal en hacer declaraciones y ofrecer su “ayuda” como ingeniera a las órdenes del presidente. Lo de Sheinbaum fue simplemente más de lo mismo, un poco más de espuma en la barba del presidente. En suma, notamos que de nuevo este gobierno mostró, al igual que lo hace casi a diario en cuestiones de seguridad pública, la carencia y falta de aptitud para enfrentar sucesos inesperados como el de “Otis”.
Pocas veces se había visto tan frustrante y desafortunada la manera de manejar un grave problema como el de este ciclón. Hay ya docenas de miles de desplazados, muerte, numerosos lesionados, pérdidas materiales por ahora inconmensurables, remedios y atenciones que llegan a cuentagotas, oportunismo para delinquir como los saqueos a la vista de la autoridad, consecuencias todavía no calculadas en el comercio, ya no digamos en la infraestructura turística que es base de la economía de ese estado y uno de los pilares en el país, desorientación casi total hacia el futuro de un puerto como Acapulco, etcétera. Y es que “Otis” golpeó sin piedad en el corazón de muchos mexicanos que, como aconteció ya en la pandemia, sufren hoy el impacto de un caos que, en su momento, el gobierno no pudo o no supo evitar o reducir su impacto y realizar acciones más oportunas y eficaces.