Quiero empezar este artículo de opinión dejando en claro que no busco satanizar a quienes por gusto o por necesidad se tienen que desplazar en motocicletas, pero sí hacer un llamado enérgico por el bien, la seguridad y la salud de miles de mexicanos para que se empiece a tener un mayor control en la adquisición de estos vehículos y en la observancia de medidas básicas sobre quienes las utilizan. Para empezar no existe un control claro a la hora de comprar un vehículo de dos ruedas de bajo cilindraje, como si se tratara de una bicicleta uno puede llegar a un centro comercial y salir con una motocicleta sin el mínimo conocimiento para utilizarla, no hay un alta de la misma ante la autoridad pues la adquisición de las placas se hace a discreción de quien compra el vehículo.
Esto ya representa un problema, pues como le hemos expuesto aquí el número de motocicletas registradas en el estado, insisto solo las registradas ha crecido más de 100 por ciento en los últimos seis años, no me quiero imaginar cuántas motocicletas circulan sin registro si hasta sobran los automóviles sin placas que impunemente se atreven a salir a las calles poniendo en peligro el patrimonio de quienes circulan junto a ellos, pero ahí está la impunidad y nadie hace nada.
En el caso de los motociclistas, insisto, los irresponsables, veo cómo circulan con familias enteras a bordo de un solo vehículo poniendo en riesgo a quienes se transportan en la moto y a quienes circulan a su alrededor, circulan a velocidades endemoniadas sin respetar el tránsito ordenado en los carriles, van sin casco, sin protecciones, sin placas y todo con la complacencia de las autoridades. Pero lo más grave es que son los vehículos preferidos para delinquir por muchas razones, recuerdo que algún jefe policial me comentaba que muchos se disfrazan de repartidores de alimentos y lo que en realidad son repartidores de droga, y de entregas de mercancía de uso propio del crimen organizado. Los homicidios y los robos son cometidos usando motocicletas, pues permite la huída de los sospechosos y nada parece que mueve las autoridades a hacer algo al respecto.
¿Hasta cuándo habrá mano dura?
Miguel Ángel Puértolas
miguel.puertolas@milenio.com