Diría su servidor al leer la evaluación que hacen varias agencias de los Estados Unidos respecto a la política implementada por el Gobierno Federal de atender la delincuencia con “abrazos y no balazos” y es que nadie pide una guerra encarnizada que lleve al país a una masacre mayor de la que hoy se tiene, pero tampoco una política de brazos caídos que deje que la delincuencia tome el control de territorios cada vez más amplios en el país.
Y es que la semana que concluye en el más reciente reporte de la comisión estadounidense de Combate al Tráfico de Opioides Sintéticos, el vecino país del norte asegura que México aplicó una política de “abrazos, no balazos”, lo que a su decir está relacionado con dos situaciones que me dejan frío.
La primera de ellas que me parece preocupante pero de alguna manera sensata es por la necesidad de la autopreservación, pero la segunda que es la que me parece sumamente preocupante es que para las autoridades de los Estados Unidos el problema del narcotráfico y los grupos delictivos que operan en el país superan las capacidades de las fuerzas de la ley.
Es decir, al entender del Senado de la Unión Americana, la Cámara de Representantes, la Oficina de Política Nacional de Control de Drogas, la DEA, el Departamento de Seguridad Interna, el Departamento de Defensa, el Departamento del Tesoro, el Departamento de Estado y la Oficina del Director de Inteligencia Nacional, quienes elaboraron el documento, México está rebasado en este momento en cuanto al combate al narcotráfico.
Ojo, esto no lo está diciendo un partido de oposición, tampoco los conservadores que han hecho como dicen ”tanto daño al país”, lo dice un análisis serio que ve en el narcotráfico un problema de seguridad mayúsculo que debería de atenderse mediante acciones contundentes y no abrazos.
“Estos acercamientos (al referirse a la política de abrazos y no balazos) no han podido enfrentar los temas de tráfico y se necesitarán mayores esfuerzos”, piden las autoridades norteamericanas, más claro ni el agua y no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Miguel Ángel Puértolas
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