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Pablo Larraín es el nuevo Dios del perreo

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  • Pablo Larraín es el nuevo Dios del perreo
  • Maximiliano Torres

Las feministas dicen: “quémenlo todo”. Y la protagonista de Ema, la nueva cinta de Pablo Larraín, incendia semáforos, autos, monumentos. Sobre todo, incendia los conceptos de maternidad, pareja, familia y danza contemporánea.

Ema (Mariana Di Girolamo) y Gastón (Gael García Bernal) son pareja, además de coreógrafo y bailarina de una compañía de danza contemporánea. A cuadro, su historia comienza después de una tragedia familiar. A través de conversaciones sabremos que Polo, su hijo adoptivo, provocó un violento accidente en el que la hermana de Ema quedó desfigurada. En plena crisis de pareja, Ema devuelve a Polo a la agencia de adopción, volviéndose una clase monstruo ante los ojos de quienes la rodean. De esta decisión Ema culpa a Gastón y viceversa. Entonces viene el divorcio, y el segundo acto es como si Larraín tomara Historia de un Matrimonio, de Noah Baumbach, para llevarla a un siguiente nivel de sacrificio emocional. Si bien el punto de vista del esposo tiene su lugar en la historia, la visión que importa es la de ella siendo hija, hermana, madre y esposa. A partir de la separación de Gastón, Ema comete actos que pudieran leerse como una crisis post-divorcio. Pero a medida que la trama avanza, entenderemos que se trata de un plan para reorganizar su vida. Eso sí, muy afuera de los parámetros de la sociedad.

Con su octava película, Pablo Larraín continúa empujando su filmografía hacia adelante en términos de fondo y forma. Experimentar el cine del director chileno implica el fascinante reto de acercarse a su personajes, que más que modelos de conducta con los cuales empatizar, son casos psicológicos únicos. Larraín ya nos encaró con un asesino serial al que le encanta bailar música disco e imitar al John Travolta de Fiebre del sábado por la noche (Tony Manero/2007), a un misógino funcionario del régimen de Pinochet (Post mortem/2010), a un grupo de sacerdotes criminales (El club/2015). Siguiendo con la línea de figuras abominables, la premisa de Ema nos confronta con una mujer que abandona a su hijo en un momento sumamente difícil. A diferencia de los antihéroes en el universo cinematográfico de Larraín, Ema encontrará redención; un balance en su vida personal y artística. No obstante, ese balance tendrá el toque transgresor con el que, una vez más, Larraín nos mandará a casa desconcertados.

La lógica, estructura y valores que entendemos por universales al hablar de feminidad, maternidad, pareja y familia son agitados en dos subtramas inquietantes. Por una parte, vemos a Ema y sus colegas bailarinas renunciar a la danza contemporánea por considerarla una disciplina anticuada que no refleja la situación actual del mundo. Como alternativa, las disidentes escogen el reguetón callejero. Y en un manifiesto que no veíamos venir, Larraín da al reguetón legitimidad cultural filmando coreografías con un poder estético que rebasa el estándar del video musical. Y por si las superiores escenas de baile no bastaran, hay una en la que la vieja y la nueva escuela de la danza debaten el reguetón en un intercambio de palabras que electriza. Cuando Ema no está bailando, la vemos seduciendo a dos personas por separado. En esta seducción hay logradas escenas de sexo y hay escenas sin contacto físico (solo miradas) que constituyen todavía más logradas escenas de sexo. “Cuando tú sepas lo que estoy haciendo y por qué, te vas a horrorizar”, le dice Ema a una de sus conquistas. En cierto modo, esa advertencia también va para el espectador.

De rabioso guión, magistral director y tremenda protagonista, Ema es el cine imaginando sin restricciones la libertad de una mujer.


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