El lector —este lector— supo, de oídas, de una autora y de un libro de esa autora. No otro. Dijo: lo encontraré en la FIL, seguro. Se propuso jugar. Tenía escombros en la memoria. ¿Cómo era exactamente el título? Se propuso hallarlo. Una aguja dentro de la torre de Babel. Sabía, sin duda, que la escritora era alemana. Tampoco recordaba qué editorial. Se fijó un límite de tiempo. Hay lectores empecinados. Hasta que no consiguen lo que pretenden, se sienten felices. Peregrinaba entre estantes, entre pasillos, entre salas. La Expo, repleta. Entonces, reparó: su celular podía ser una herramienta de ayuda. Aires de detective. Google. “Grandes autoras alemanas…”. Resultado: decenas de nombres. Poca ayuda. “Autoras alemanas traducidas al español…”. Se acortó la lista. Caminaba y miraba, desesperado. El juego comenzaba a ser incómodo. Tomó agua. Miró el reloj. ¿Dónde, cómo? Decidió preguntar en los estantes de viejo. Nada. Agobiado —este lector—, tenía esperanza. Y autoexigencia. Recordó que la novela tenía que ver con el verano. Otra vez: Google. “Verano escritora alemana…”. Intuyó. Pulsó. Apareció un nombre extraño: Christa Wolf. Listo. Era ella. Título breve: Una pieza de verano. Apenas comenzaba el relato.
La edición era de Seix Barral, de su vieja Biblioteca Breve. ¿En dónde está Seix Barral? Mientras reparaba en ello. Buscó en la Wikipedia.
Christa Wolf le esperaba justo en los libros de viejo. Había nacido en 1929. Tenía cuatro años cuando el nazismo se hizo del poder en Alemania. De hecho, el lugar en el que nació es Polonia. Al final de la guerra, vivió en Berlín Este. Su conmovedora creación de atmósferas la convirtió en una de las grandes plumas alemanas y del mundo. Cuando cayó el Muro de Berlín, hace 30 años, su abultada obra comenzó a ser traducida a varios idiomas. En 1990, Una pieza de verano fue trasladada al español por Ana María de la Fuente. Si hay obras maestras sobre caballeros, sobre romances o sobre grandes episodios históricos, ésta es mucho más sencilla y por eso enorme (el lector —este lector— tenía una necesidad, más que un capricho): habla de un verano —sí, un verano— inolvidable. No es libro de memorias, es una belleza de tiempo. De tiempos de personajes, que fueron —como nunca— felices, esplendorosos. Esta evocación es sutil, entrañable, como un óleo. Es un aria de consuelo, de compañía al pasado, a una época cuyo síntoma queda en el corazón más que en la mente. Realmente, una obra maestra que debe salvarse del olvido.
Wolf esperaba en los libros de viejo, en un costado de la Expo. El lector, ya con desgano, preguntó por enésima vez. Pagó —triunfante— y leyó el epígrafe:
Ave de presa dulce es el aire
yo nunca volé como tú sobre hombres y árboles
para lanzarme en picado bajo el sol
llevar conmigo a la luz lo robado
y alejarme volando en el verano
Sarah Kirsch.