Es muy lamentable que en la política el común denominador haya sido la frivolidad. En el devenir histórico de la humanidad observamos por regla general que los gobernantes actuaron con base en un pensamiento de utilidad política, en donde cada acción se analizaba a la luz del beneficio personal.
Por excepción a la regla existieron (y existen) aquellos líderes políticos, con altura de miras, que analizan sus acciones ponderando qué traerá mayor bienestar a la gente que gobierna y qué fortalecerá más a su Patria.
Los conflictos y malestares sociales que han existido desde épocas muy remotas, y continúan aún en el mundo, han provocado una suma incalculable de muertes, pobreza, desigualdades y sufrimiento.
Los sistemas políticos se han democratizado. Mucho se ha avanzado desde las épocas de los monarcas absolutistas y en la actualidad ya observamos gobiernos basados en las teorías políticas democráticas, pero aún subsiste una esencia muy turbia, plagada de excesos y superficialidades.
En nuestro caso tenemos a un Presidente ético, humanista, filósofo, contrario a la frivolidad y ostentación, amante de la mexicanidad, y muy conocedor de la historia. El pueblo de México, con el mayor apoyo popular jamás antes visto, le otorgó su confianza para luchar contra la corrupción y las dinámicas perversas de la clase política en México.
Dice el refrán que “Roma no se construyó en un día” y claro está que ha habido aciertos y desaciertos. Los humanos no somos ni de mármol ni de bronce eterno, somos muy falibles, pero es más que evidente que la cultura política está en una transformación hacia la decencia, actuando siempre con amor por la gente y con el interés nacional en mente, nunca el propio.
Lo viejo no termina de morir, el limpiar las instituciones y perfeccionar los procesos toma tiempo, pero la forma de hacer política definitivamente ha cambiado y México avanza hacia una mayor justicia y dignidad.
Mauricio Cantú@CantuMauricio