Los planes tienen puntos, las estrategias piensan en conceptos que involucran las consecuencias directas e indirectas de las acciones. Ven el problema completo. Después de Uruapan, casi como si este fuese una excepción a la realidad de centenares de municipios en el país, volvemos a hablar de puntos de inflexión que nunca llegan.
La movilización de tropas es muletilla en las políticas de seguridad, en buena medida, gracias a la tranquilidad que, fuera de las zonas de conflicto —eso son Culiacán o Uruapan— proporcionan los efectismos frente a las naturalezas estructurales. Dentro de aquellas regiones la tendencia es más violencia.
La atención a la violencia cambia de localidades, volteamos a Michoacán, después al Estado de México. Unos meses a Chiapas o a Guerrero. Sinaloa sigue ahí. Y en ese traslado de inquietudes fingimos conjugar en pasado lo que simplemente se traslada.
¿Cuántos planes caben en la ausencia de estrategia? Sumamos decenas, como a cada ocasión cuando la violencia se escapa de las capacidades digestivas. Su acumulación no implica mayor dimensión en el entendimiento para solucionar las condiciones de inhabitabilidad mexicanas.
Son demasiados años desde que este país hizo de la nota roja su materia de Estado. Aquel margen dedicado al exceso y a la singularidad, es un gran objeto nacional del trabajo académico y editorial por encima de lo tradicionalmente político, porque criminalidad y política son la raíz conjunta de la pesadilla estructural.
El distanciamiento de las preocupaciones regulares para tratar en su lugar a la violencia, con sus formas y extraña adecuación a nuestras costumbres, es el gran símbolo de una ruta que trazamos con entusiasmo destructivo.
Si lo que tuviésemos fuese una estrategia para contener la violencia y atender sus efectos, estaríamos obligados a pensar en el desplazamiento forzado al que están sometidas las comunidades víctimas de los infinitos puntos de inflexión que evocamos. Y esa estrategia, que no existe, contemplaría qué sucede con los migrantes que van huyendo del horror para encontrarse con el miedo cotidiano al norte de la frontera. La consecuencia indirecta que no figura realmente en un plan que no es más que eso.