“Las palabras son las únicas realidades que duran eternamente”
La anterior frase, citada por Wiston Churchill y de quien dice no recordar la autoría, cae como relámpago, iluminando la oscuridad que hoy nos abruma y al mismo tiempo sacudiéndonos con su estrepitoso estruendo, mostrando detrás de aquél a quien hoy dedico esta columna, la silueta de quien con puñal en mano y el brazo en alto se dispone a matar de una vez por todas su popularidad.
Bueno ¿Pero quién será ese misterioso y feroz atacante que se dispone a cegar la popularidad de nuestro maltrecho héroe? De seguro, el Innombrable, El Comandante Borolas o alguno de esos miserables villanos adscritos a La Mafia del Poder, berreará su hatajo de incondicionales apuntando el dedo flamígero en todas direcciones.
No; se trata de su propia sombra, su misma voz y esa especie de ectoplasma que escupe un día sí y el otro también cuando se ve en aprietos o siente la necesidad de verse en ellos; cuando se levanta de la silla sin saber lo que va a decir; y mientras discursa, sin saber lo que está diciendo; para luego abandonar la sala sin saber qué fue lo que dijo.
En pocas palabras y para mejor digestión o indigestión de sus aduladores: “El pez por la boca muere”, el pejelagarto, también.
Y es que ante tal carencia de ideas por parte de la oposición, si es que la hay, el presidente se ha erigido en su propio detractor.
Se dice y contesta solo, se solaza con su propia voz y se convierte en el más entusiasta espectador de sí mismo, parafraseando a Gardiner.
Más que la corbata, es su lengua la que se le enreda en el cuello y le corta la respiración. Son sus propias flemas las que escupe hacia adentro y le congestionan los pulmones con la ponzoña con que suele dirigirse a quienes asume como adversarios, cuando lo único que le piden es que ya no les maten a sus hijos o a los hijos de cualquier otro u otra.
Son sus palabras, cargadas de sinrazón, desprecio y falta de empatía las que se vuelven contra él y al pisotearlas lo hacen resbalar pero no como perlas sino como producto de su propia incontinencia, ése del que ahora se llena la boca. ¡Fuchi!..
¿Quién lo habrá lastimado tanto, que aun teniendo motivos para ser el mexicano más feliz del mundo, por su historia, por su lucha y por su victoria, vive y se expresa como si otro ocupara su lugar y fuera él quien tuviera que andar reclamando justicia.
Son sus ideas, de libro de texto gratuito, las que lo definen y dictan su conciencia, su proceder y su idiosincrasia, que más tienen de ignorancia que de democracia. Bendita rima.
Son sus miedos, angustias y complejos los que se asoman junto con el sol de la mañana en cada una de sus todavía concurridas mañaneras, donde más que dictar el rumbo del país, parece que nos convoca a la cita matinal en los lavaderos de esa maldita vecindad donde el deporte favorito es darle su repasón a quienes no piensan como él.
Y así siempre, la verborrea, la cábula, el “qué me ves”.
A fin de cuentas, volviendo a Churchill: “Somos amos de las palabras que no decimos pero esclavos de las que dejamos ir”. Por eso su caída en las encuestas.
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