El pasado 4 de enero se celebró el Día Nacional del Periodista y sirvió para ratificar que el ejercicio de la libertad de expresión para algunos ciudadanos puede costar la tranquilidad y hasta la chamba, en especial, cuando las opiniones razonadas van dirigidas contra ciertos actores con poder y con cargo.
Allá por los años noventa, de visita por la Comarca Lagunera, el entonces senador priista Eliseo Rangel Gaspar, en el tono más mordaz que pudo emplear señaló que en La Laguna debatir era un pecado y que la política “aldeana”, la caciquil, continuaba de moda. Seguro se confrontó con algún ejemplar. Ya transcurrieron 15 años y entre los “servidores públicos” está de moda invalidar al lagunero que piensa, en especial si éste señala las fallas o pretende, al borde de la desesperación, en hacer de la región un estado, independiente del centralismo de las capitales.
Por alguna extraña razón, cruzando el Puente Plateado, ya en la parte duranguense, los ciudadanos no se organizan para exigir transparencia a sus gobernantes, cuentas claras de los presupuestos o inclusión en los planes de desarrollo, como está sucediendo en Torreón.
Existen sí, asociaciones religiosas y hasta partidos políticos, pero ciudadanos inquietos ante el estado de cosas que permea a la región y con ganas de sentar a las autoridades municipales o estatales para exigirles paridad, así de simple: no hay o prefieren “camuflajearse” ante el embate oficial, aldeano y caciquil.
Cuando un ciudadano gomezpalatino disiente del alcalde o del gobernador en turno, critica o se atreve a emitir algún señalamiento, de inmediato es condenado por los incondicionales del poder público. “Es un revoltoso”, “no quiere a Gómez Palacio” o “tiene oscuros intereses y está manipulado”.
Si ese personaje tiene la desgracia de trabajar en algún cargo público es el infierno, porque debe esperar la “guadaña” en cualquier momento. Con todo respeto: así, ¿cómo sorprenderse de que Gómez Palacio sea el único municipio metropolitano que no ha vivido la alternancia política?