Estamos escasos de líderes. En todos los ámbitos de la vida. Ahora los líderes son monarcas. No los puedes rozar ni con el pétalo de una crítica o un reclamo. Y su palabra es ley. Alguna vez en el largo trayecto de mi vida, algún personaje me espetó en la cara que el nuevo jefe, era un rey y que no se podían cuestionar sus decisiones o instrucciones. Alterada, lejos del estoicismo que tan de moda está hoy, respondí: no sabía que en México las monarquías estaban de vuelta. La construcción de las relaciones laborales, sociales, políticas, familiares está alterada por esa manía de ser intocables. Las crinolinas de políticos, empresarios y dirigentes sindicales se estorban y estorban, porque no se puede construir una política de paz desde el racismo, la intolerancia, el elitismo, el monólogo. Si mi verdad, pequeñita, limitada, encuadrada en mis usos y costumbres, sin visión universal, se impone, en las cuatro paredes de mi casa, el daño puede no salir de ahí. El problema se multiplica siete veces siete, cuando esa visión de monarca de pacotilla se genera en un recinto público y afecta, no solo a una familia, sino a toda una región, empresa, nación. Las decisiones se vuelven cupulares, se toman sin consideraciones para los gobernados, que, por otro lado, son los que deberían imponer sus problemas comunitarios como gobernanza. Acompañar a los servidores públicos y a los liderazgos empresariales se vuelve hoy una tarea tóxica para quien obedece instrucciones, más no definición de rumbos. Definir el rumbo, obedece hoy más a caprichos y obsesiones “imperiales” que al bienestar general. Se hace, porque yo soy el mandamás. El Tata Mandón, diría el buen economista y mejor hombre Eduardo Holguín. El control de las emociones, de la ira, de los egos, parece ser la triple clave para mandatar hoy. No olvidemos: nada nos pertenece, ni siquiera el poder, es prestado, por esos a quienes hoy se trata como “súbditos”.
Los monarquitos
- Cable a tierra
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Marcela Moreno Casas
Laguna /