Las ciudades han sido sinónimo de progreso, pero también de contaminación. El aire cargado de smog, el ruido del tráfico y la falta de espacios verdes han definido la vida urbana. Sin embargo, París, liderada por la alcaldesa Anne Hidalgo, está cambiando esta narrativa.
Los recientes datos sobre la calidad del aire en la capital francesa son prueba de que políticas públicas audaces, centradas en reducir la dependencia del automóvil, funcionan. Este éxito no debe ser exclusivo de París: es una invitación para que otras ciudades adopten medidas similares.
Según AirParif, desde 2005, las partículas finas (PM2.5) han disminuido un 55% en París, y el dióxido de nitrógeno (NO2), ligado a los vehículos, un 50%. Estos avances son resultado de una estrategia integral: eliminación de 50,000 plazas de aparcamiento, creación de cientos de kilómetros de carriles para bicicletas, peatonalización de 500 calles y prohibición de vehículos diésel. Estas medidas han transformado la ciudad, priorizando a las personas sobre los automóviles.
Inicialmente, las políticas de Hidalgo enfrentaron resistencia. Reducir el espacio para coches y aumentar tarifas de estacionamiento generó críticas. Pero los datos son claros: la calidad del aire ha mejorado, beneficiando la salud pública. La OMS estima que la contaminación del aire causa 7 millones de muertes prematuras al año. En París, la caída de PM2.5 y NO2 reduce enfermedades respiratorias y hospitalizaciones, alargando la vida de sus habitantes.
El impacto va más allá de la salud. Las “calles jardín” y zonas peatonales han revitalizado barrios, fomentando la cohesión social. Los comercios locales prosperan en áreas antes dominadas por coches, ya que peatones y ciclistas gastan más en tiendas de proximidad.
El modelo de la “ciudad de los 15 minutos” asegura acceso a servicios esenciales en un radio corto, ahorrando tiempo y dinero.
modelo es replicable. Ciudades como Bogotá, con sus ciclovías dominicales, o Ciudad de México, con crecientes problemas de smog, podrían adoptar zonas de bajas emisiones o peatonalizaciones permanentes.
París demuestra que el cambio requiere medidas estructurales, no solo iniciativas temporales. Incluso en contextos donde el automóvil reina, como Los Ángeles, se están probando proyectos inspirados en modelos europeos.
Económicamente, las políticas parisinas son un acierto. La inversión de 250 millones de euros en infraestructura ciclista ha creado una red que cubre casi toda la ciudad, promoviendo movilidad sostenible y estilos de vida saludables. El transporte público, con autobuses eléctricos y un metro ampliado, garantiza acceso equitativo, desmintiendo que reducir el uso del coche perjudique la movilidad.
Otras ciudades deben actuar. En São Paulo o Delhi, donde la contaminación es crítica, medidas como las de París podrían transformar la calidad de vida. La clave es la voluntad política y la participación ciudadana. París no logró estos avances de la noche a la mañana; fueron años de políticas consistentes y liderazgo valiente. Otros alcaldes deben asumir este desafío, priorizando la sostenibilidad sobre intereses a corto plazo.
En un mundo amenazado por el cambio climático, París muestra que las ciudades pueden ser parte de la solución. Cada carril bici, cada calle peatonal, cada árbol plantado es un paso hacia un futuro respirable. La pregunta no es si otras ciudades pueden replicar este modelo, sino si se atreven. El aire de París ya dio un suspiro de alivio; ahora, el mundo debe inspirarse y actuar.