En ese encuentro semanal con nuestra infancia; el fútbol soccer era el puente entre la pasión adulta y la nostalgia infantil.
Era el “juego infantil (jugado) con los pies, para que los adultos (nunca lo olvidaran)”.
Hoy, el Santos Laguna y la Selección Mexicana han roto ese puente cuya profundidad emocional e identitaria no alcanzan a comprender, porque ambos han privilegiado -puramente- un modelo de negocio que busca maximizar la rentabilidad económica por encima de la memoria histórica, el ritual y la emoción colectiva y la identidad cultural y comunitaria -no solo mercadotécnica- del aficionado con su equipo.
¿Quiénes participan de este modelo tan ávido de ganancia económica que desprecia o da poca importancia a la calidad futbolística de los jugadores y al espectáculo deportivo?
Los dueños de los equipos, los promotores que venden jugadores, las empresas televisoras y la Federación Mexicana de Fútbol.
Justo es decirlo, los entrenadores y los jugadores, aunque sometidos, disfrutan y buscan beneficiarse de la danza millonaria de este aquelarre económico sin importar su calidad futbolística -cómo ocurrió en el caso del merecido abucheo a la selección por la mala calidad de su participación ante Uruguay.
Hablan tres jugadores cuya estupidez mercantilista es de una antología supina:
“Lo que deja tristeza es jugar de local y que te abucheen… tal vez por eso siempre nos llevan a Estados Unidos” (Raúl Jimenez).
“Qué lindo es estar en casa, ¡eh! (Edson Álvarez) y “(el) que una persona compre boleto no le da derecho a abuchear a su propio equipo” (César Montes).
Ni ellos, ni sus dueños entienden cómo y porqué han roto nuestra ilusión colectiva definida por “la recuperación semanal de nuestra infancia”.
Pero tampoco les importó alguna vez.