Mientras escribo, Biden y Trump compiten por la presidencia de los Estados Unidos.
¿Representa Biden la democracia y Trump al populismo? No, porque una postura no puede explicarse sin la otra. Pensemos en México.
El populismo de AMLO es hijo bastardo de la democracia y del neoliberalismo. Su populismo nace de las contradicciones congénitas entre sus padres.
No puede coexistir una democracia preocupada por establecer el acceso ciudadano a una igualdad de oportunidades económicas, políticas y sociales con un modelo económico neoliberal que imposibilita tal acceso, porque profundiza las desigualdades estructurales de la sociedad y favorece el enquistamiento de una élite económica y política en la cúspide del poder.
La fachada del poder es la democracia. Pero el poder real pertenece a esa élite que ha depredado de manera rapaz el país mediante dos artilugios comunes: la corrupción y la impunidad que -a su vez- han corroído las entrañas de esa democracia.
Por ello, el mexicano común dejó de creer en las instituciones. Entonces la democracia lloriqueó desnuda y los partidos políticos entraron en crisis de representatividad; y los políticos de esos partidos fueron apedreados en la plaza pública.
En 2017, sólo el 6% de los mexicanos se sentía satisfecho con nuestra democracia; y sólo 2% afirmó que confiaba en gobierno (PRC: 2017).
¿Qué destinos laborales ofrece esa democracia a las grandes mayorías marginadas de ese modelo neoliberal y empobrecidas por generaciones?
La prostitución, el narcotráfico o el trabajo informal. Para ellas sólo resta la supervivencia en un México que invisibiliza y violenta su existencia.
Por ello, no nos sorprendamos si surgen liderazgos carismáticos y mesiánicos como el de AMLO, para ofrecer a esas masas desposeídas una esperanza que les permita trascender -aunque sea, en su odio, resentimiento y venganza contra esa élite política y económica, causa de sus desgracias, y destruyan a nuestro país en el intento.
Guardadas las comparaciones, sí gana Trump, igual ocurrirá con EU y el mundo.
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