Tal parece que por todo el mundo los tiempos se van hoy complicando en muchos sentidos, el fenómeno de inestabilidad y violencia generalizada que vivimos y que a diario presenciamos en los medios, tiene consecuencias que con frecuencia van más allá de nuestro estado meramente físico o económico.
El no poder comprender y asimilar nuestro entorno, nos afecta y nos lleva a sentir incertidumbre respecto no solo de nuestro futuro y el de nuestros seres queridos, sino también el de la humanidad en general.
Nuestro cerebro está diseñado para reaccionar con temor ante cualquier amenaza que percibamos, sea ésta real o imaginaria, sentir miedo es una reacción natural y no puede considerarse cobardía, sino un recurso de alerta que nos ha permitido sobrevivir desde que los humanos vivíamos en cuevas.
El asunto se complica cuando la sensación de esa amenaza se prolonga demasiado tiempo, entonces la tensión acumulada puede llegar a afectar nuestra capacidad de evaluación de la situación y de encontrar la respuesta adecuada.
Ante una amenaza, básicamente tenemos dos opciones: huir o enfrentarla, decisión que en ambos casos requiere de claridad de pensamiento para valorar la dimensión del peligro o del verdadero posible daño que ésta representa.
En cualquier caso, esta valoración se hace indispensable aunque a veces no dispongamos del tiempo que quisiéramos para efectuarla.
En estas condiciones, es cuando nos ayuda el de antemano tener claro cuáles son nuestras prioridades, las cosas que realmente nos importan, aquellas en las que hemos depositado nuestro significado de ser y de vivir.
Saberlo puede parecer cosa fácil, pero no está por demás el contar con una guía que nos permita identificar a que cosas o personas estamos tan apegados, que la alternativa de perderlos nos resulte insoportable y así, hacer el ejercicio mental de preguntarnos si la amenaza afecta en forma real y directa a esas cosas y personas o eso solo está en nuestra mente.
¡Cuida donde está tu tesoro!, porque ahí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón, aconseja la frase bíblica (Mateo 6:21).
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