“Una vida sin examen, no merece la pena ser vivida”.
Es la frase con la que Sócrates terminó de argumentar su defensa, antes de ser condenado a muerte por los tribunales atenienses, en el juicio que le siguieron por “corromper a la juventud”, cuando exhortaba a los jóvenes griegos a examinar su vida, para lograr ser la mejor persona que pudieran ser.
No pretendo aquí dilucidar el porqué de tan extremo castigo, sólo retomo la sentenciosa frase por la importancia que creo tiene, como una herramienta útil en la cada día más complicada tarea de vivir la vida que a cada quien le toca vivir, sobre todo en estos tiempos en los que el mundo parece haber perdido la brújula.
Aunque en la frase la palabra “examen” es la original, yo prefiero usar “reflexión”, y así evitar la usual asociación de examen con calificación.
No, no se trata de calificarnos, sino de utilizar nuestro raciocinio para observar y comprender con más claridad nuestros actos y los del mundo que nos rodea.
Reflexionar implica un esfuerzo y la pereza mental es su principal enemigo, es más cómodo aceptar lo que otros nos digan, que cuestionar, analizar y obtener nuestras propias conclusiones.
Sin embargo, tarde o temprano todos vivimos momentos en los que nos parece perder el sentido lógico de la vida:
¿Qué sentido tiene?, ¿Para qué estoy aquí?, son preguntas sin respuestas universales que sólo cada persona puede responder a sí misma.
Es entonces cuando una mente reflexiva adiestrada, dispone de un mayor arsenal de herramientas para sobrellevar esos momentos críticos.
Evadir el esfuerzo de la reflexión es para muchas personas una alternativa más cómoda, hay incluso quien sostiene que hacerlo es “complicarse la vida”, yo no lo pongo en duda, solo creo que la inteligencia con la que los humanos fuimos favorecidos de entre todos los otros animales, conlleva también la responsabilidad de utilizarla y desarrollarla.
Pero también es cierto que cada uno resuelve esas preguntas como puede.
Hace poco en una concurrida tienda de reciente inauguración, recordé esta otra frase: “Compro, luego existo”. Interesante ¿no?