En rara ocasión escribo sobre películas animadas, sin embargo hago una excepción por lo que representa el reciente estreno en Netflix de La vida moderna de Rocko: Cambio de chip.
La cinta ya dio mucho de qué hablar en las redes sociales y salió bien librada, además de que contiene en su mensaje una metáfora más profunda de lo esperado.
Como sabemos desde hace unos años la apuesta de la industria del entretenimiento es refrescar viejas series o películas, es decir, dar forma a los famosos reboots.
Pero no en todos los casos les resulta la idea y al contrario terminan con más pérdidas que ganancias, aunque en el caso de La vida moderna de Rocko fue una afortunada excepción a esa tendencia.
¿Por qué? Rocko fue una serie bastante adelantada a su tiempo y esa modernidad argumental, sumado a su animación creativa, resistió y supo adaptarse a los cambios que la década actual impone a muchos contenidos.
La historia del pequeño Ualabí que regresa a la tierra luego de quedar atrapado en el espacio durante 20 años, cautiva, emociona y contiene una linda metáfora sobre la adaptación a los constantes cambios que hoy vivimos muchos jóvenes.
Incluso la película se burla e ironiza de sí misma con el eje en el que versa la historia, pues al volver a su hogar Rocko hace todo lo posible para que regrese su programa favorito hasta con las voces originales del doblaje.
La respuesta que otros personajes le dan es que nada más era un dibujo animado y no resolverá los problemas que tiene, aunque también se reflexiona sobre que ciertos contenidos generan un icono cultural y las ganancias que obtendría quien se atreva a traerlos devuelta.
La sensación al final de la película es que queremos más y nos hace remontarnos a la infancia en que esperábamos el siguiente capítulo.
Es difícil saber si ahí terminará Rocko o Netflix pretende darle seguimiento con futuros especiales, sin embargo lo cierto es que en este primer ejercicio supieron capitalizar la nostalgia de muchos jóvenes adultos.