Este mes se cumplen 27 años del estreno en cines de una de las cintas más celebradas del género: Bram Stoker's Dracula de Francis Ford Coppola. Estrenada en 1992 se convertiría en un clásico contemporáneo cuya adaptación gana hasta nuestros días tanto amantes como detractores. Gary Oldman da vida a Drácula, Anthony Hopkins a un Van Helsing tan apasionado como relajado, con Winona Ryder, Keanu Reeves y Cary Elwes añadiéndose. Inevitablemente el aspecto visual es lo primero que enamora, partiendo por el trabajo de la diseñadora japonesa Eiko Ishioka. Elegancia con el toque exacto de fantasía onírica que cumple un papel importante para lograr ese concepto global en el filme. Los efectos especiales también fueron celebrados, a cargo de Greg Cannom, Michèle Burke, Matthew W. Mungle logrando momentos impactantes, aterradores y todo con recursos prácticos y sin computadora. No es que la filmografía de Coppola no fuese variada anteriormente pero dos años antes había presentado la tercera parte de The Godfather y el horror no era un género que hubiésemos imaginado tomar en sus manos. Sin embargo su calidad como director dejaba pocas dudas y al final cumplió con creces dando vida a un clásico moderno del horror cuyas imágenes siguen perdurando e influenciando incluso a la cultura pop, así como revivir el fenómeno de los vampiros en el cine. Mis primeros recuerdos de la cinta datan de mi niñez y de tener pesadillas después de verla, con escenas que genuinamente me provocaron escalofríos y que ahora como adulto, si bien no pierdo el sueño, reconozco la habilidad del director y su equipo para provocarlos. Entre esos ejemplos se enlista ver al conde caminar por las paredes exteriores del castillo en penumbras o el grupo de vampiras intentando seducir como devorar a Keanu, que son potenciadas con la música del maestro Wojciech Kilar. En los personajes hay dos puntos a destacar, antes del protagonista, la inolvidable Lucy interpretada por Sadie Frost, una de las víctimas del Conde y cuya transformación en vampira es parte clave de la trama. En sus escenas destaca otro de los momentos más aterradores cuando transformada en “no muerta” desfila con un deslumbrante atuendo blanco que contrasta con su sangrienta actitud. El otro es evidentemente Gary Oldman quien encarna varias percepciones del Conde en una, apoyado por maquillaje y vestuario para distinguirle. Y nada de eso hubiese tenido un resultado tan memorable de no ser por Coppola. Uno de los detalles que más destaco es tomar provecho de las leyendas alrededor del personaje, de los mitos, para transformarlo en una criatura semejante a un lobo, en humo o en un vampiro gigante cuyo cuerpo se cae en una multitud de ratas. Fue el lienzo perfecto para demostrar que un filme de terror tenía el potencial para lograr lo que uno melodramático, donde sumando el romance, horror y una dosis de erotismo le hicieron dejar una huella indeleble en la historia del cine.
Miscelánea del terror
- Columna de Luis Addams Torres
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Luis Addams Torres
Guadalajara /