
Ahora que la década de los sesenta del siglo XX es una época medianamente remota, a quienes pasamos de los 50 años de edad nos invade una profunda nostalgia sobre nuestro modo de vida de aquella época. Desde 2018, cuando vimos la excelente película Roma, de Alfonso Cuarón, añoramos una Ciudad de México en la que había vida de barrio y donde aún no teníamos las preocupaciones medioambientales de ahora. Recordamos los coches gigantes, sin cinturones de seguridad, y cuando los adultos fumaban y bebían delante de nosotros sin ningún pudor.
Siempre he pensado que no son los objetos en sí los que cargan el valor simbólico, sino la evocación de quiénes éramos nosotros cuando conocimos esos objetos. Podemos vivir en un edificio funcionalista, transportarnos en un Volkswagen sedán clásico, incluso tener un teléfono de disco o cintas magnetofónicas, pero eso no nos hace volver medio siglo atrás, en realidad todo está en nuestra mente.
Incluso algunos jóvenes se visten como en esa época o escuchan la música de The Doors o de The Velvet Underground, pero eso no los regresa al pasado, solo los coloca en la “moda retro”. Es un placer usar y disfrutar de lo “retro”, de los plásticos color naranja, sin sentimientos de culpabilidad por el calentamiento global.
¿Qué es lo que nos gusta del pasado? Quizá el recuerdo de que cuando éramos jóvenes no teníamos que pagar y nuestra madre lavaba la ropa. La vida cambia el día que nos compramos nuestro primer refrigerador.