Primero que nada, hay que dejarlo claro: nadie tiene derecho a contaminar, y cuando digo nadie, es nadie. No importa si se trata de quien usa un vehículo, una industria, o una ladrillera; el derecho a moverse no incluye el derecho a ensuciar el aire que respiramos todos.
Segundo punto: afinar no significa dejar de contaminar. La verificación vehicular es solo una parte del problema, no la solución completa. La contaminación es un fenómeno mucho más amplio, y reducirlo al motor del coche es una forma de simplificar lo que en realidad es una crisis ambiental.
Tercer punto: la verificación debería ser total. No todos los contaminantes se miden ni se controlan. Si de verdad queremos aire limpio, entonces hablemos de una verificación integral: del agua, de las emisiones industriales, de los hornos ladrilleros, del manejo de residuos y hasta del transporte público. Porque la contaminación en el área metropolitana de Guadalajara no solo se genera por los autos, también por cómo estamos organizados, por nuestra geografía, y por la falta de control en otras fuentes igual de graves.
La discusión no debería centrarse en si se debe o no verificar un auto, ni en quién está a cargo del programa, sino en algo más profundo: ¿de verdad nos importa el medio ambiente?
Porque mientras se discute quién debe pagar o quién se exenta, seguimos respirando un aire cada vez más sucio, y se siguen permitiendo afectaciones al entorno en nombre de la comodidad, del dinero o de la indiferencia.
El problema no es la verificación: es la hipocresía ambiental. Nos quejamos del humo del vecino, pero dejamos que las industrias operen sin filtros, que los arroyos se llenen de basura y que el transporte público siga echando nubes negras. Queremos respirar limpio, pero vivimos sucios. Pedimos sanción al automovilista, pero hacemos como que no vemos a los que contaminan a gran escala. Ese doble discurso es lo que verdaderamente asfixia.
Y mientras usan el tema como bandera política el aire es cada vez más pesado y los ríos están muertos.
No se trata de pasar una verificación, sino de pasar la prueba más difícil: la de nuestra conciencia colectiva. Porque si no cambiamos el fondo, seguiremos pintando de verde lo que en realidad está podrido.