Voy a empezar con lo obvio: lo ideal sería que no existiera impuesto a las remesas que envían nuestros migrantes desde Estados Unidos. No obstante, dado el contexto actual, una tasa de 3.5% no me parece tan negativa como muchos han argumentado.
México recibió casi 62.5 mil millones de dólares en remesas el año pasado de EU, el equivalente a 3.5% del PIB del país. Estos envíos son cruciales para la economía y el bienestar de millones de familias. Entiendo por qué un impuesto de 3.5% puede ser doloroso. Muchos de los beneficiarios de las remesas son personas de escasos recursos, para quienes cada peso cuenta. Sin embargo, vale la pena poner esta cifra en perspectiva.
Una variación de 3.5% se puede neutralizar fácilmente con las fluctuaciones del tipo de cambio. Por ejemplo, entre 2022 y 2024 el peso se apreció más de 15% frente al dólar, lo que significa que las familias mexicanas recibieron 15% menos pesos por cada dólar que les enviaron. Nadie lo percibió como un impuesto, pero el efecto fue el mismo.
En 2024, el peso se depreció más de 20%, lo que benefició a los receptores de las remesas de manera significativa: por el mismo dólar recibieron 20% más pesos. El punto es que un impuesto de 3.5% es relativamente menor frente a los vaivenes del tipo de cambio.
Hay que recordar, además, que los costos de envío de remesas ya son elevados, en ocasiones superiores al impuesto propuesto. No es inusual encontrar comisiones de hasta 5%. No es imposible que el impuesto empuje a mejorar la eficiencia del mercado de envío de dinero, lo que ayudará a amortiguar el golpe. Las empresas pueden verse presionadas a disminuir sus comisiones y los clientes pueden estar más dispuestos a buscar opciones más baratas.
Un argumento que se ha manejado en EU a favor de cobrar un impuesto es que parte del dinero que se envía a México no ha sido fiscalizado. Aunque es cierto que la mayoría ya pagó impuestos, algunos ingresos provienen de transacciones en efectivo, fuera del radar del fisco. Desde esta óptica, el impuesto puede verse como una manera de compensar esa informalidad. Nos guste o no, el gobierno de EU tiene la facultad legal de cobrar los impuestos que quiera en su territorio. Y con Trump al frente, puedo pensar en escenarios mucho peores que un 3.5%.
Lo que de plano no ayuda a la causa son los disturbios de Los Ángeles. Estoy seguro de que imágenes que han circulado en redes sociales, como la de un hombre encapuchado sobre un coche en llamas, envuelto en una bandera mexicana, no van a convencer a los legisladores estadunidenses de revertir el impuesto. Al contrario. Pese a que no veo un gran impacto por el impuesto, el verdadero peligro es que sea apenas el principio. Una vez que se establece un impuesto y genera ingresos, la tentación de aumentarlo es difícil de resistir. Así funciona en todos los países.
No hay motivo de celebrar. Pero considero que el 3.5% nos salió barato.