El Mundial de Clubes ya se quebrantó. Dañaron la esencia de la competencia y para no sospechar tanto, al León le pusieron su cascabel.
Con probabilidad mexicana, esa incomodidad brotó desde las entrañas del futbol mexicano porque las rencillas de pantalón largo siempre han existido.
Un grupo puso al señor Rodríguez (el mal o bien apodado “La Bomba”) y fue el presagio de que algo iba a andar mal; explotó.
La traición interna iba a presentarse por inercia de nuestra mexicanidad.
Estamos hechos para provocar malestar. Alguien, odiando al grupo Pachuca se propuso afectar de manera directa a que el otro progresara.
Existe la multipropiedad, lo sabemos y eso hay que combatirlo por todos los desórdenes que genera.
Pero la oposición al famoso “Fondo de inversión” que se antojaba como una salida financiera a los múltiples problemas que algunos siguen teniendo, fue la excusa para reventar al León y a sus propietarios.
No se iban a quedar con los brazos cruzados los rivales gratuitos. Aprovecharon la rendija para atacar, hacer pleito, perjudicar y hacerse notar sin tener que desgastarse tanto.
Hicieron daño y con eso fue y sigue siendo suficiente. Se trataba de hacerse notar y lo consiguieron.
¿Quién ha ganado en esta confrontación? En limpio; nadie, ninguna entidad ni persona moral.
Perjudicar ha sido la consigna porque en el futbol mexicano no hay amistad de fondo por más abrazos elegantes que se brinden.
Se dan por enterados de que están presentes para luego, al menor descuido, lanzar la puñalada para que no ignoren los adeudos que tienen.
Pelear y no conciliar, engañar y no ayudar, mentir y no favorecer, es la consigna primordial entre los socios de un giro tan noble como el futbol.
Cuando uno ha destacado, los que no han podido hacerlo, se afanan por empañar lo virtuoso del progresista.
Es la consigna entre los dueños del balón mexicano.