Cuando fue anunciado que venía generó entusiasmo. Hubo una nueva credibilidad por el cariño que se le tiene y porque él mismo externó que le entusiasmaba el reto.
Hubo jolgorio y mucha fe sobre todo cuando desde el principio llegó a declarar que íbamos a ver un Santos diferente. Todo era fe a ciegas.
Hoy después de cinco fechas y todas perdidas, aquella credibilidad desapareció, no hubo engaño, lo que existió fue vivir una realidad que se tiene cuando al plantel se le conoce bien.
Aquí estuvo el primer error. Desconocer a fondo con lo que se cuenta fue la clave.
No es lo mismo estar en el Club América donde el gran patrocinio, capital y la infraestructura están siempre presentes.
La atención esmerada de su dueño al lado de la exigencia y el gran apoyo publicitario hacen a esta organización un club grande.
Ahí, bajo ese entorno estaba Fernando Ortiz y él empezó a creer que su trabajo producía grandes éxitos. No era él.
Luego fue al Club Monterrey donde (guardadas sus debidas proporciones) ofrecía algo similar a lo que los capitalinos le habían entregado. Todo gratis.
Sus resultados fueron también semejantes pero no soportó la presión porque él (Fernando) llegó a creer que su sabiduría era suficiente para restaurar al Santos.
Nunca se detuvo a reflexionar en serio en las enormes diferencias que existen. Se las creyó él solo como muchos entrenadores lo hacen.
Por ejemplo: Ricardo Ferreti es la misma persona que dirigió a Ciudad Juárez que la que fue campeón y brillante con Tigres. ¿Dónde estuvo la diferencia?
Usted tiene la respuesta en su mente. Es la empresa y el plantel los que hacen la diferencia. El entrenador es un individuo más al lado de lo importante.
El culpable o responsable no es Fernando Ortiz.