A Gaspar Aguilera lo conocí en Zacatecas durante un encuentro de revistas independientes en 1973, yo acababa de ingresar a la preparatoria y desde entonces nos unió una amistad inquebrantable. Fue el hombre más generoso que haya conocido, el más humano y el más enamorado de la vida y de las mujeres. Un gran poeta, duele mucho su abrupta partida.
Podría llenar muchas páginas de anécdotas que viví junto a él.
Me quedo solamente con dos: en Morelia, ciudad donde residió casi toda su vida (él nació en Parral hacia 1947), me presentó a Ramón Martínez Ocaranza, un escritor consolidado ya en esos años ochenteros. Ahí estaba, en ese amplio solar, David Huerta. Recibimos de Ocaranza vino, corundas y lecciones acerca de autores y escritura. Era un hombre divertido que gustaba de pasarse alguna que otra tarde en el portal bebiendo café.
Recién llegado a Puebla, el entonces director de cultura de la universidad, Andrés Ruiz, me dio la encomienda de organizar una serie de lecturas que se efectuaron en la Casa de las Bóvedas (antes galería José Antonio Ximenez de las Cuevas) y no dudé en invitar a uno de los poetas que leí y releí hasta el cansancio: Gaspar Aguilera. Ese hecho dio un giro extraordinario a su manera de vivir: no lo dejó salir tan fácilmente de la ciudad por motivos muy personales que sería imposible narrar en este espacio.
Fue hacia 1980 que Julio Cortázar dictó una conferencia en la Universidad Veracruzana. Gaspar el arrojado me convenció de que fuéramos a presenciarlo en Xalapa. Luego Jorge Ruffinelli, conocedor de la semiótica, nos acercó a él. Gaspar le pidió una fotografía al momento que Cortázar le firmaba “Rayuela”, le permitió publicar la conferencia para la Nicolaita. Julio Cortázar era de una estatura enorme, ojos de gato inquieto, barba cerrada, presentable de blanco, imponente como su obra. Nos dio la mano, para mí fue un acontecimiento y, para sorpresa propia, mantuvo una comunicación epistolar con Gaspar lo que lo motivó a escribir el prólogo en una recopilación que hizo él mismo de textos de Julio Cortázar elegidos cuidadosamente.
Le debo a Gaspar Aguilera unas líneas sobre su “Zona de derrumbe” y “Los ritos del obseso”. Le digo hasta pronto a nuestro Pay, como cariñosamente era conocido por todos quienes ahora ya lo extrañamos.
Juan Gerardo Sampedro