Me imagino lo que significa el trabajar en una de esas tiendas, en las que cada cliente que llega por su chela, o su chesco, y su chatarra es también el probable sospechoso del próximo asalto, sobre todo si es de noche. Los heroicos cajeros, ataviados con llamativos colores, personajes recurrentes del meme y del mame, son gente como uno, que están ahí porque han elegido trabajar en un trabajo infame para pagar los recibos. Aparte de la paranoia medio domesticada, tienen que lidiar con aquellos que creen que aquello de que “el cliente es primero” es una especie de salvoconducto para pasarse de lanza puntualmente.
Sea como sea, hay barrios en los que el único punto de reunión son esas tiendas, que a algunos nos parecen horribles, pero para otros son el punto de reunión idóneo, porque siempre están iluminados. Ante la carencia de otras alternativas más amables, sólo queda esperar al amigo, al familiar, mientras uno se toma un café aguado que, sin embargo, te provocará un puntual ataque de agruras. Nos guste o no, forman parte de nuestra realidad y de nuestro imaginario. Tan es así que cada vez que alguien te dice cómo llegar a un lugar, digamos un hospital, una oficina de gobierno, siempre aparece -en las indicaciones- la fatídica tienda de conveniencia, llamadas así, por el anglicismo, pasado impunemente al castellano, ya que de convenientes no tienen nada. Pero volvamos al empleado, que en ocasiones es también el socio “dueño” de la tienda por lo que, además de cajero suplente, también es el administrador y quien tiene que lidiar con proveedores y con los clientes pasados de rosca. A todos esos inconvenientes que implica el laborar en una tiendita de conveniencia ahora se le añade otro riesgo. Sucede que han sido elegidas por los criminales, quizá por esa visibilidad de la que hablaba arriba, como focos perfectos para ser incendiados y sembrar así el terror: enviar señales a los enemigos de las otras bandas, y al gran ausente: el Estado.
¿Y qué será lo que sigue, piensa el ciudadano de a pie? Tampoco lo sabemos, quizá otro ápice de terror, de cualquier modo parece que nos estamos acostumbrando.
Juan Casas ÁvilaTwitter: @contraperiplos