Soy adicto a las noticias, todos los días escucho uno o dos noticieros de los llamados independientes, es decir, de los que no pertenecen a ningún corporativo y en verdad los disfruto; aunque esto no significa que me esté haciendo masoquista –algo hay de eso, sin embargo–, simplemente sucede que para mí son importantes estas pequeñas conquistas de la gente de a pie. Además, estoy convencido de que volteando a mirar a “los independientes” es como uno consigue mantenerse más o menos bien informado. Es difícil saber realmente lo que está pasando, la mayoría de las veces una especie de nebulosa acústica (y visual) se interpone entre la ciudadanía y la realidad. Creo que, pese a todo, a la larga logré formarme un criterio, un filtro personal que me permite estar alerta cuando veo que alguien desea hacer pasar por libre –a mí, que generalmente no como roedores– un enjuto y desorejado gato callejero. Tales atrevimientos sólo me provocan un poco de risa. ¿En verdad creen que somos tan ingenuos y pretenden asustarnos con el famoso petate del muerto? Creo que un gran número de personeros de los medios opera en un país que desconoce, porque ver el mundo desde una pantalla no equivale a conocerlo, dice el gran Pero Grullo.
Mis hijos, que crecieron en un mundo distinto al mío, me llaman alarmados diciéndome que el país va directo al precipicio, que la inflación, y otros tres apocalípticos jinetes, nos embestirán en cualquier momento. Si tuviste la oportunidad de ver crecer el dólar más de 200 veces el valor que tenía cuando lo conociste, no te asusta el hecho de que haya una inflación que ronda el 7%, pero hay que tener cuidado con lo que uno dice, porque luego hay quien entiende otra cosa. No estoy diciendo que no debamos preocuparnos, claro que debemos sonar las alarmas y hacer todo lo que esté de nuestra parte para que el país no se precipite en el abismo. Pero también estoy diciendo es que he visto cosas peores y vi cómo el país sobrevivía. Para bien y para mal, podré ver, de nuevo, cómo sobrevive este país terrible y maravilloso. El problema será, como siempre –y ahora parafraseo al poeta–: el cómo hacer para sobrevivirnos al nosotros mismos.
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