Cultura

¿De qué habla Murakami cuando escribe?

  • Las posibilidades del odio
  • ¿De qué habla Murakami cuando escribe?
  • Juan Carlos Hidalgo

¿Debo sentirme de verdad mal por leer a un autor que es un best seller millonario en buena parte del mundo? ¿Qué ha hecho para merecer el odio y el encono de no pocos detractores? ¿Qué es lo que piensa de la escritura y sus temas adyacentes?

Pienso en ello mientras viajo y me doy cuenta de que su libro más reciente está por todos lados –hasta en los expendios de revistas de interés general en el aeropuerto-. Si no se tratara de una venta segura no figuraría en diversos tipos de locales. ¿Acaso un escritor no desea hacerse de una base cada vez más amplia y sólida de lectores? Murakami es una especie de rockstar callado y silencioso que lleva una relación sumamente tirante con su país. De base no consideraban que tuviera que ver con la tradición literaria –siempre conservadora- y le criticaron su estrecha relación con la cultura occidental.

Debo confesar un par de cosas. No soy un seguidor puntual del japonés –apenas he leído tres libros entre una obra profusa-, pero tampoco me ha decepcionado con cada una de sus obras que han pasado por mis manos. Lo que es más, considero que Tokio Blues (Norweigan Wood –un título tomado de The Beatles) es una extraordinaria novela que posee delicadeza y finura –casi impresionista- y merece toda la celebridad que ha tenido y seguirá teniendo. Tiene un aliento juvenil que engancha a aquellos que se sienten extraviados sobre el largo y ventoso camino de la existencia. Posee también un filo de iniciación amatoria que es esencial en determinado momento.

Hago una elipsis y salto hasta ¿De qué hablo cuando hablo de correr? Y pues no existen muchos escritores que hayan contado lo que pasa por su mente mientras se dedican a la solitaria tarea de desplazarse sobre las sendas, veredas y pistas. El también autor de After Dark corre ultramaratones (100 kilómetros), se aventó de Atenas a Maratón en un día cualquiera (con todo y tráfico y clima infernales) y cuenta que uno piensa con todo el cuerpo mientras corre y escucha música; una noción que comparto totalmente.

Se trata, nada menos, que del traductor al japonés de Raymond Carver (lo que es admirable). El norteamericano es un maestro del cuento y no es sencillo llevar a otro idioma su lacónico y preciso manejo del lenguaje. Además de ser uno de los tipos que mayor aliento contemporáneo ha inyectado a una literatura que no se caracteriza precisamente por su espíritu transgresor. Así que cuando –con otro juego carveriano en el título- ha decidido repasar algunos aspectos relativos a su oficio bien vale la pena adentrarse en su universo ficcional como en su personalidad y hábitos.

Apenas transcurren unas cuántas páginas de De qué hablo cuando hablo de correr (Ed. Tusquets) para toparnos con interesantes reflexiones: “Para los escritores mantenerse sin dificultades en el lugar donde deben estar es casi sinónimo de muerte creativa. Los escritores somos como ese tipo de pez que muere ahogado si no nada sin descanso… Escribir novelas responde a una especie de mandato interior que te impulsa a hacerlo. Es pura perseverancia y resistencia, apoyadas en un prolongado en solitario”.

En Japón le recriminan que pasan años sin que se muestre en público; de hecho, vive en Estados Unidos, donde es un corredor de la Costa Este y una persona muy reservada, que además se aleja de la ciudad en determinados momentos del proceso escritural. Ahora nos comparte sus respetos y admiración por escritores de la talla de Franz Kafka, Raymond Chandler, Fiodor Dostoievski y Ernest Hemingway, entre otros figurones de la historia universal de las letras.

A propósito del contraste entre escritores del pasado y del presente anota: “Tomar por ejemplo una obra que resultó original en el pasado y analizarla desde la perspectiva actual es más o menos sencillo. Casi siempre ha desaparecido lo accesorio, el alboroto, y así tenemos la oportunidad de valorarlas en profundidad, con calma. A pesar de ello, nos sigue pareciendo difícil valorar en su justa medida algo supuestamente original y coetáneo”.

Haruki (Kioto, 1949) hace mucho que ya no es el joven que regenteaba un club de jazz en Tokio. En un punto apostó por ser un escritor a tiempo completo y el éxito le ha facilitado las cosas. En su país vendió muy bien desde el comienzo y en Estados Unidos la revista The New Yorker le allanó el camino. Él ha decidido moverse entre las sombras –casi como un ninja-; se acuesta temprano, escribe por las mañanas y se concentra en un solo proyecto narrativo a la vez (a veces intercalar algún ensayo le sirve de relajamiento).

Siendo un apasionado de Thelonius Monk, Miles Davis y Herbie Hancock, entre otras deidades del jazz, era obligado que trazara un vínculo entre escritura y música: “No toco ningún instrumento. Al menos no lo suficientemente bien para hacerlo en público. Mo obstante, hacerlo ha sido siempre uno de mis mayores deseos. Al principio de mi carrera de escritor se me ocurrió que podía construir frases como si tocara un instrumento y esa idea no ha cambiado hasta hoy. Mientras aprieto las teclas del teclado del ordenador, me impongo un ritmo determinado, me esfuerzo por buscar un sonido y una resonancia que resulten adecuados. Hoy sigue siendo para mí una premisa esencial a la hora de componer frases”.

Murakami comenzó a publicar a los 30 años, es un eterno candidato al Nobel y posee una extensa bibliografía, en la que se encuentran novelas como Baila, Baila, Baila, Sputnik, mi amor y Kafka en la orilla y los volúmenes de cuento Sauce ciego, mujer dormida y Después del terremoto. Me parece que –como ocurre con Stephen King- el oficio y recursos no están a discusión –los haters se alimentan de otras cosas-, pero si algo debemos de agradecer a ¿De qué hablo cuando hablo de escribir? es que nos permita asomarnos a esa parte discreta e íntima de un hombre que escribe: “Un día tras otro, repito y repito los mismos actos como si fuera un juramento. Decir que es un trabajo solitario tiene incluso algo de trivial. Hay que escribir una novela para comprender verdaderamente la dimensión de la soledad. A veces tengo la impresión de estar sentado en lo más profundo de una cueva. Nadie va a venir a ayudarme, nadie me va a dar una palmadita de ánimo en la espalda ni me va a decir lo bien que he trabajado hoy. El resultado final de ese esfuerzo puede recibir algunas alabanzas (si ha salido bien, claro está), pero el proceso de escribir queda al margen de los reconocimientos. Es la carga que cada uno debe soportar en soledad y en silencio”.

circozonico@hotmail.com

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