Las cartas a los Reyes Magos son un documento extraordinario para medir la evolución del deporte y los hábitos deportivos de las nuevas generaciones de niños: cada vez es más raro encontrar en ellas la palabra balón.
Hace muchos, pero muchos años, los balones eran un juguete cotizado. Existían pocos fabricantes, la mayoría se hacían a mano, no había muchos modelos y eran algo caros.
Tener un balón, no era lo mismo que tener una pelota, las pelotas eran de plástico, se vendían colgadas en los puestos del mercado o dentro de grandes canastas en los supermercados. Los balones llevaban el juego a otra dimensión: sacar el balón a la calle significaba que la cáscara iba en serio, que en un gallo-gallina se definía la alineación y que el partido solo podía detenerse al pasar un coche.
Había dos marcas nacionales, muy clásicas: Estrella Súper Crack y Garcis; entonces no llegaban a México, ni se fabricaban en serie, los Adidas, oficiales de las Copas del Mundo; tampoco los Nike, que salieron años después. Otra marca mexicana muy tradicional era Palomares, pero especializada en guantes de beisbol, muy solicitados, y guantes de boxeo, que, aunque parezca raro, se pedían en las cartas a los Reyes.
En este orden: patines, bicicletas, patines del diablo y avalanchas, que se anunciaban como “carro deslizador avalancha, marca registrada”, eran peticiones de nueve sobre diez cartas.
Aunque menos comunes, no faltaban las peras de “spiro”, un deporte de recreo que se popularizó en algunos patios de colegio: la pera de cuero amarrada con agujetas y cerrada por costuras con una cámara de hule inflada por dentro, se colgaba de un poste mientras los jugadores a cada lado, la golpeaban con el puño cerrado buscando más vueltas de pera que el rival.
Con el tiempo aparecieron las consolas, la tablets, los gadgets, los pinches videojuegos y el deporte en la típica Noche de Reyes se fue al carajo.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo