Con Berlusconi en la oficina, Sacchi en la banca y Baresi en el vestidor, el Milán consiguió todo lo que se necesita para formar una dinastía: mucho estilo, muchos títulos, mucho dinero y muchos jugadores inolvidables.
Pero como sucedió con el viejo imperio romano: el tiempo, la soberbia, la corrupción y la abundancia fueron sus peores enemigos.
Nos remontamos a principios de los ochenta, en aquellos años el todopoderoso club que revolucionará el futbol es una ruina. Lejos de ser el equipo más influyente del mundo, desciende dos veces en menos de diez años, una de ellas por arreglar partidos. Son tiempos donde el concepto de cantera no está muy desarrollado.
El resurgir del Milán tras su reclusión en las mazmorras del Calcio es un hecho fundamental en la historia del futbol porque cuando vuelve a la Serie A, lo hace bajo el primer modelo empresarial que profesionaliza todas las áreas de un Club.
De la cartera de Silvio Berlusconi surge la inversión para convertir al Milán AC en el primer equipo del mundo que funda un laboratorio de futbolistas. El famoso Milan-Lab se vuelve referencia en desarrollo, entrenamiento y reclutamiento de jugadores.
A las renovadas instalaciones de Milanello se integran médicos, terapeutas, técnicos, maestros, cocineros, scouters, nutriólogos y hasta sacerdotes. A Milán llegan chicos de todos lados para vivir y aprender el oficio de futbolista. Los jóvenes pasan veinticuatro horas al día, los 365 días del año, entrenando, conviviendo, estudiando y creciendo en la matriz de un cuadro que se está convirtiendo en uno de los mejores de la historia.
Es 1991 y el Milán de Arrigo Sacchi con Gullit, Van Basten, Ancelotti, Baresi y un joven Maldini, domina la Liga italiana y la Copa Europea de Campeones. Tras la aparición de la Naranja Mecánica a mediados de los setenta el futbol no había evolucionado: llega el Milán de Il Cavaliere y lo cambia todo.