Esta mañana, en uno de los señoriales salones del estadio de Wembley, un grupo de sabios vigilados por un grupo de comerciantes se sentaron alrededor de la fina y larga mesa de caoba presidida por una silla victoriana tapizada en lino, que da solemnidad a la junta. Cuatro caballeros, un escocés, un irlandés, un galés y un inglés, pusieron sobre la mesa un lápiz, un papel y un reloj: durante tres horas y media discutieron la posibilidad de detenerlo, regresando al aficionado el tiempo perdido. Por primera vez en su historia, el fútbol se plantea parar el reloj, compensando con exactitud la cantidad de minutos desaparecidos durante los noventa minutos de juego, nunca efectivos. Los aficionados llevamos toda la vida escuchando hablar de la International Football Association Board, pero nunca hemos logrado comunicarnos con ella. Aunque existe, es como creer en algo que nunca vimos. Fundada en 1863, la reguladora del juego se mantiene atada a los pioneros: Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte. La IFAB sesiona, estudia, analiza, propone, modifica y aconseja sobre el único documento que tiene el dominio absoluto del juego: su reglamento. Al principio fue un poder constituyente, con el tiempo se volvió un poder legislativo, hasta convertirse en un poder sujeto al arbitrio de FIFA, perdiendo su legendaria independencia: los fundadores conservan cuatro votos, la FIFA se quedó con otros cuatro y se necesitan seis de ocho para aprobar un cambio. La IFAB lleva más de un siglo estudiando un librillo: demasiado tiempo para unas cuartillas. Aún así, cambian detalles al futbol cada año sin el consentimiento y conocimiento del aficionado. Cuando el despacho que lleva 158 años discutiendo las reglas asuma la cantidad de minutos que se pierden por partido y apruebe parar el reloj, se dará cuenta que dos tiempos de 45 minutos pueden ser demasiados; el futbol se acerca al tercer tiempo.
El tercer tiempo
- Cartas oceánicas
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José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo
Ciudad de México /