El cartujo mira por la televisión a Evo Morales en México, lee sus entrevistas, su convicción de haber sido víctima de un complot fraguado en la embajada de Estados Unidos en Bolivia, con la participación de la derecha y la OEA. No admite haber cometido fraude en su reciente elección y expresa el deseo de volver a su país para concluir su mandato, “como lo está exigiendo el pueblo con sus movilizaciones en todo el país”.
En entrevista con el periódico El Universal, a la pregunta: “¿Cuánto tiempo cree que debió permanecer en Bolivia como presidente para haber consolidado por completo su modelo?”, responde: “Yo creo que debió haber bastado hasta el Bicentenario (en 2015), con cinco años más estaba consolidado el crecimiento económico, la integración de Bolivia y la universalización de los distintos programas sociales”. Es decir: con dos décadas le bastaba, por el momento.
Evo Morales fue un buen presidente; su llegada al poder por la vía democrática significó una esperanza, con logros reconocidos dentro y fuera de su país, entre ellos estabilidad política, crecimiento, reivindicaciones sociales y económicas para los más pobres, pero como otros tantos políticos no supo elegir el momento para abandonar el escenario y ceder el paso a otros actores. En El poder corrompe (Debate, 2018), Gabriel Zaid recuerda: “A los presidentes Juárez y Díaz, que no amasaron grandes fortunas, no les costaba tanto renunciar a enriquecerse: lo que era superior a sus fuerzas era renunciar a reelegirse”.
Lo mismo puede decirse de Morales: no quiso salir por la puerta grande, se empeñó en reelegirse sin importarle transgredir o modificar la ley a su antojo. En el libro citado, Zaid refiere cómo Porfirio Díaz consiguió levantar a México de sus ruinas, le dio estabilidad política y lo modernizó. Cuando ya era viejo, después de una reelección tras otra, “declaró que, al imponer la paz, el orden y el progreso, había logrado que el país estuviera listo para la democracia. Pero no había creado las instituciones para que funcionara” ni aceptó un proceso de transición. “Vio venir el desastre y prefirió el destierro, cuando la insurrección de Madero ‘soltó el tigre’ de las aspiraciones al poder y la guerra civil”.
Como don Porfirio, el rockstar de la 4T “vio venir el desastre y prefirió el destierro”, salió de su país dejándolo en las llamas de la violencia y, cuando menos por ahora, en manos de la derecha más recalcitrante y peligrosa. Él tiene la culpa, si fuera honesto, lo reconocería, como lo reconocerían sus viejos y nuevos admiradores en México, entre ellos Claudia Sheinbaum, quien aventuró esta “reflexión” en su cuenta de Twitter: “Angela Merkel tiene 14 años en el poder, pero como es Alemania nadie dice nada. Evo Morales tiene 13 años en la presidencia por decisión soberana de su pueblo, pero como es un país en vías de desarrollo, lo acusan de ‘dictador’”. La respuesta, “respetuosa” pero contundente, le llegó de parte de Martha Bárcena, embajadora de México en Estados Unidos: “Con una diferencia fundamental —escribió Bárcena en la misma red social—. Alemania es un país con un sistema parlamentario y Bolivia tiene un sistema presidencial. En Alemania el gobierno encabezado por Angela Merkel ha sido de coalición. Un poco de sistemas políticos comparados”. La jefa de Gobierno de Ciudad de México se quedó callada, su “reflexión” no fue sino uno más de sus desaciertos.
Defender las instituciones
La manera como Evo Morales fue minando las instituciones en su país, eliminando los contrapesos, como comienza a suceder aquí, no puede soslayarse. En Contra la tiranía. Veinte lecciones para aprender del siglo XX (Galaxia Gutenberg, 2017), Timothy Snyder escribe una defensa de las instituciones, son ellas —dice— “las que nos ayudan a conservar la decencia”. Pero necesitan nuestro apoyo: “Las instituciones no se protegen a sí mismas. Caen una tras otra a menos que cada una de ellas sea defendida desde el principio”, para eso debemos ponernos de su parte. Debemos hacerlo aun si todo parece perdido, como en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), ahora en manos de una devota del Presidente de la República, militante de Morena hasta hace pocos días.
La elección de la señora Rosario Piedra Ibarra al frente de la CNDH es un escándalo: ni cumplía los requisitos ni tuvo los votos para ser electa; su nombramiento resulta de la trampa y la sumisión de los senadores a la voluntad de Andrés Manuel López Obrador: él dibujó su perfil, los azuzó a encumbrarla, y ellos lo hicieron, obedientes a la voz del amo.
El 1 de septiembre de 2006, el derrotado candidato presidencial López Obrador mandó al diablo a las instituciones, como Presidente no ha dilatado en cumplir su amenaza. Las instituciones autónomas le estorban, por eso cooptó a la CNDH y tiene en la mira al Instituto Nacional Electoral, al Instituto Nacional de Transparencia y a todas aquellas susceptibles de confrontarlo, como las organizaciones de la sociedad civil y la prensa crítica, capaces de desmontar sus falacias y contradicciones, de denunciar su habilidad para el insulto y para transformar a los individuos en estereotipos: conservadores, fifís, adversarios, sepulcros blanqueados y todos esos habituales en sus mítines y conferencias, donde se erige único depositario de la verdad y guía insustituible de nuestro futuro. Dios nos proteja.
Queridos cinco lectores, desde el edén tabasqueño a donde lo han llevado la vida y sus amigos, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.