El cartujo lee el tuit del canciller Marcelo Ebrard: “Bienvenido a México Presidente Díaz Canel, Cuba pueblo hermano”. Lee también sus declaraciones a la prensa sobre la “exitosa” visita del condecorado dictador, embarradas de cursilería: “Cuba es entrañable para nosotros, es un país hermano, nos interesa, nos importa mucho que le vaya bien al pueblo cubano”.
¿De veras le importa el pueblo cubano o solo quedar bien con el presidente López Obrador, aliado incondicional del legatario de Fidel y Raúl Castro? Ebrard, como tantos otros panegiristas de la revolución cubana, se pronuncia, con razón, contra los males ocasionados por el embargo estadunidense, pero olvida la falta de libertades y democracia, la violación de los derechos humanos, la represión y el encarcelamiento de los disidentes en la isla, como ocurrió con quienes participaron en las protestas del 11 de julio de 2021. Como ha ocurrido desde hace décadas en casos emblemáticos como el de Heberto Padilla en 1971, acusado de traición a la patria por su poemario Fuera de juego, “ideológicamente contrario a la revolución cubana”, según los burócratas culturales. Basta leer algunos libros: Otra vez el mar, de Reinaldo Arenas; Informe contra mí mismo, de Eliseo Alberto; Todos se van, de Wendy Guerra; Como polvo en el viento, de Leonardo Padura, para darse una idea de la desesperación en ese país de donde tantos huyen pretendiendo librarse de la pobreza o la censura.
Ebrard quizá recuerde Regreso de la URSS, una visión desoladora del “paraíso” soviético publicada en 1936 por André Gide, comunista en ese tiempo. Él creía en la crítica, en la necesidad de decir las cosas sin maquillarlas, solo así —pensaba— era posible corregir el rumbo en una sociedad, en un gobierno. Eso hacen, admirablemente, unos pocos periodistas e intelectuales dentro de Cuba, ignorados por las autoridades mexicanas. Eso hacían en Nicaragua los 316 ciudadanos, entre ellos Sergio Ramírez, a quienes la tiranía ha condenado al exilio, expoliando sus bienes y retirándoles la nacionalidad. Ante ese horror, el silencio del canciller resulta elocuente.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén. .
José Luis Martínez S.