Política

Lula con alfileres

En muchos sentidos la derrota de Jair Bolsonaro en Brasil es una noticia que se agradece incluso en sitios no necesariamente afines a Lula da Silva. Las posiciones beligerantes y negacionistas del hasta ahora presidente en temas climáticos y de derechos humanos, y su tirante relación con los vecinos, frente al carácter conciliador del viejo líder sindicalista, proporcionan un momentáneo respiro. Más allá de las agendas ideológicas de uno y otro, por lo general la comunidad internacional suele preferir a un dirigente abierto al diálogo que a uno encasillado en posiciones ultras.

Se afirma, con razón, que una ola roja de izquierda recorre América Latina y ahora gobierna, entre otros, en los cinco países más importantes de la región. No hay casualidad en ello. Forma parte de la reacción que con muchos matices ha surgido en los últimos años en el mundo, en respuesta a los desequilibrios y el desencanto social producidos por los excesos de la globalización y el modelo neoliberal.

Pero dicho lo anterior, lo que sigue en Brasil es un recorrido en terreno minado. No solo porque la elección partió a ese país en dos mitades, sino porque esas dos mitades están confrontadas con la intensidad que caracteriza la polarización de nuestros días. Malos tiempos para gobernar. El país amazónico, como ahora Estados Unidos, Francia, Italia, México, Ecuador, Colombia y muchos otros, experimentan tal confrontación, entre bandos que se asumen irreconciliables, que empantana las posibilidades de intervención presidencial. Tal parálisis en algunos casos es resultado natural de sociedades que son cada vez más binarias, pero también se trata de boicots políticos o económicos diseñados puntualmente. Lo que ha sucedido con Gustavo Petro en Colombia o Gabriel Boric en Chile constituye un presagio de lo que podría esperar Lula. No se habían apagado los últimos acordes de la fiesta del triunfo electoral en estos dos países, cuando ya había comenzado el golpeteo, la pérdida de apoyos y un achicamiento significativo en el margen de operación de ambos presidentes; sus niveles de aprobación en este momento son peligrosamente bajos.

Lula tiene a su favor una base social más sólida y amplia de la que gozan sus dos jóvenes colegas. Pero un triunfo de 51 contra 49 revela que la mitad del país no lo apoya, y para su desgracia, en esa mitad se encuentra la mayor parte de los actores de poder de la sociedad brasileña. El día de las elecciones el voto de un albañil o un obrero vale lo mismo que el de un empresario, y eso es lo que permitirá a Lula asumir la presidencia. Pero a partir del día siguiente el impacto de los actos y decisiones entre un empresario millonario y un empleado modesto será radicalmente distintos, en detrimento del nuevo presidente. 

A la hora de cerrar esta columna, Bolsonaro aún no había reconocido el triunfo de su rival; se asume que en algún momento habrá de hacerlo y aceptará dejar el poder el 1 de enero del próximo año, de acuerdo a lo que establece la ley. Pero nada es descartable considerando la beligerancia de algunos de sus seguidores. En todo caso, está claro que harán lo imposible por ponerle las cosas difíciles a Lula. En las últimas horas, organizaciones de transportistas han montado 70 bloqueos de carreteras en protesta por el resultado electoral, afectando a 11 estados y en particular el paso entre Sao Paulo y Río de Janeiro.

Más allá de la coincidencia de gobiernos progresistas en el continente, las consecuencias tendrían que matizarse. El fenómeno está siendo impactado por la precaria gobernabilidad que afecta la vida de tantos países en el mundo. Hay una crisis del entramado institucional de la democracia en buena parte de las naciones modernas. Italia e Inglaterra se encuentran agarrotados por la fragmentación y la fragilidad de alianzas que derivan en un Poder Ejecutivo maniatado y potencialmente efímero. En Estados Unidos la Casa Blanca ha terminado siendo rehén de la correlación de fuerzas en las cámaras, influida a su vez por las agendas mezquinas de legisladores empeñados en reelegirse indefinidamente, entre otras calamidades.

El caso de México, en donde López Obrador mantiene un sólido apoyo popular (consistentemente por encima de 60 por ciento), es inusual, aunque no sea el único. Su partido y aliados gozan de las mayorías en ambas cámaras y gobiernan en la mayor parte de las entidades del país. Pero más importante aún, a diferencia de sus colegas en otras naciones, la oposición civil y partidista mexicana se encuentra desdibujada. En ese sentido, la gobernabilidad o la estabilidad política no están en riesgo. Resulta tema para otra ocasión analizar qué está haciendo AMLO con esta capacidad para operar, que no existe en otros países y desde luego no en el Brasil de Lula.

Por lo pronto la derrota de Bolsonaro es tranquilizante; días para festejar el triunfo del viejo luchador social en Brasil, aun cuando lo que siga no será fácil. 

@jorgezepedap

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Jorge Zepeda Patterson
  • Jorge Zepeda Patterson
  • Escritor y Periodista, Columnista en Milenio Diario todos los martes y jueves con "Pensándolo bien" / Autor de Amos de Mexico, Los Corruptores, Milena, Muerte Contrarreloj
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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