Hace tiempo que la nieve dejó de ser costumbre en Madrid y se convirtió en epifanía ocasional; nunca mejor dicho, hoy día de la Epifanía de los sabios, reyes y magos que deambulan por un Madrid vacío en espera de una nevada histórica que promete dejar tres días de sabanas frías sobre las calles, parques y plazas de la entrañable Villa del Oso y el Madroño. Si no estuviéramos semiconfinados nuevamente por el rebrote del bicho invisible, diría que los habitantes del foro huiríamos a la sierra que ronda Madrid como si fuese el cerro del Ajusco y en fervor chilango volveríamos con muñecos de nieve en los toldos de los coches.
La nieve nos tiene siempre con nostalgia –no solo a los madrileños de antaño y los mexicanos que habitaron una rara escena en blanco y negro de nevada inesperada en pleno Valle de Anáhuac. Hablo de la nostalgia prometedora de encarar la extensión de un prado nevado o la desaparición de las calles bajo el mantel almidonado del frío más intenso que se filtra por los huesos como una página en blanco en espera de un párrafo atrevido, un hilo de palabras que tenga el coraje de honrar a tantos muertos que se han sumado en los pasados meses y la osadía sin censura de criticar con fundamento los gazapos y errores de funcionarios públicos y pútridos políticos que han abusado de la verborrea para intentar justificar su errática improvisación y su ignorancia disfuncional (de allí que no usen tapabocas o barbijo).
Página blanca y helada a la distancia donde eso que inunda los tres días cortos de nieve en borrasca es el callado coraje por quien presume la playa y el baño de Sol con tantas almas sumidas en el frío de la desolación o atadas a un respirador y blanca página de nieve como polvo sin líneas que baña Madrid para confirmar el anhelo de que Puerta del Sol desemboca en Coyoacán y que el Paseo de Recoletos es una breve extensión del Paseo de la Reforma, aquí entre la Zona Rosa y el barrio de Salamanca por donde levita el fantasma de Alfonso Reyes, abrigo en ristre, bufanda morada, traje de tres piezas, botines forrados y la mirada perdida en todos los dolores que vienen de lejos, filtrados entre la niebla helada con la que nos limpia la nieve.