
Una señora de mejillas o cachetitos rechonchos y mofletudos asoma su flequillo por la ventanilla entreabierta de su carruaje de princesa y declara que no tiene nada de qué avergonzarse ante la escandalosa evidencia de que su carrera profesional pende de una mentira confirmada. No se avergüenza de haber plagiado la tesis con la que obtuvo una licencia para ejercer como abogada ni de todas las irregularidades que de ahí se desprenden y no se avergüenza de hundirse en un estercolero que empañan a la Suprema Corte de Justicia de México donde acostumbra lucir su túnica como crinolina, así como la mancillada cabeza bicéfala de la Universidad Nacional Autónoma de México que ata sus alas y enreda sus vuelos en medio del tiradero que avergüenza al país entero… menos a ella. Ternurita.
La nena ya madura usa cola de caballo y poco maquillaje, brinca aerobics entre la plebe y recorre el país en desaforada esperanza. Disfraza sus ojeras con agua y con jabón, se talla sus ojitos tan llenos de emoción por resistir los embates de fantasmas invisibles, la serpiente naranja y subterránea que se le cae a pedazos cuenta con el amparo de maquinista mayor (el del trenecito circular de la selva yucateca) y tanto soldadito de plomo que custodia sus rieles. Ternurita.
El milico que deja el uniforme para dizque civilizarse en una mañanera cualquiera o el narco que se queja del trato inhumano de una cárcel de máxima seguridad (inevitable jaula para quien en repetidas ocasiones ha presumido escaparse de otro tipo de cárceles y liderar cárteles de infinitas muertes, torturas, abusos y verdaderos daños a la sociedad y al prójimo). Ternuritas.
El gran solitario de Palacio que centra toda su atención en sí mismo y destila ira verbal en derredor desde un púlpito podrido donde predica un cristianismo ecléctico y enrevesado, al son de la nueva trova, con imprecisiones y corazonadas trasnochadas para loas y gratitudes a la Unión Soviética (extinta desde hace tiempo), esgrimiendo robachicos inventados y promesas imposibles, distorsionando datos para apuntalar el espejismo de que todo va de maravillas. Ternurita.
Pura y pueril se ha instalado una pandilla entera de Ternuritas que se creen pecadores veniales, traviesillos inocentes con atropellos inofensivos y olvidables… impunes y sonrientes en las estampitas de papelería que han de volverse futuras identificaciones presidiarias.
Jorge F. Hernández