Ahora me parece que ha llovido sin parar desde el callado instante de una última sonrisa. Quizá no sea más que bahía de pupila, agua salada bajo los párpados o la lluvia literal y necia que llovió en Macondo hace un lustro, porque el día en que se fue el hombre había un arco iris en la silla de su cueva y el mismo ramo de rosas amarillas que se convertían en palabras sobre los teclados.
Ahora me parece que por azar un cuento de hace siglos narra signos de una amargura que solo entienden los insomnes; un relato de vaguedades como neblina que habla de una mujer que come tierra del patio y que decide dejar de sonreír para siempre y luego, anuncia que dejará de oír y de hablar… pero Mercedes no dejó ni de hablar ni de oír en los años que siguió sobre la Tierra para dejar bien atado el enésimo ramo de rosas amarillas, todas las flores amarillas que han de florecer ya para siempre en abono de la las mejores historias jamás contadas porque reúnen en sus líneas como versos, sus párrafos como paisajes, todas las páginas de toda la gran literatura de todos los tiempos. Son los pétalos amarillos los que contagian metáforas increíbles, compaginan pasajes de magia pura y ese aroma tan feliz de triste, tan de sana melancolía con euforia reservada en el silencio, que llevaba Mercedes en la piel desde niña, esa mirada de niña que lloró de alegrías por las nieves del norte y de humedad bananera en la selva entrañable del sur. La cara de niña que sonrió durante el único viaje a Buenos Aires por obra y gracias del milagro indescriptible de una novela de novelas, hilada con cuentos sumados como caireles del hombre que escribía descalzo sobre una simple mesita de madera en eso que llamaban antes máquina de escribir.
Ahora me parece que la lluvia ha sido un llanto feliz, no de plañidera, sino de gozo ajeno ante la vida plena de una abuela que se ha ido volando sabiendo los pasos notables de sus hijos, las sonrisas plenas de sus nietos, las palabras incólumes de una hermosa historia de vida que ha de narrarse de nuevo cada cien años para que el tiempo siempre tenga algo de amarillo.