Cultura

Lector letal


Que lo único que nos salva está en los libros es una verdad inapelable; ya como personas, país o planeta sabemos que lo único que nos salvará está en los libros… y su lectura. No basta con mirarlos de lejos, sobarle los lomos para pasarela en cafés o la necia acumulación de ejemplares intactos… hay que leerlos y en el florecimiento mental de sus párrafos, discutir o conversar con el autor de esas letras vueltas tipografía, ya en traducción o facsímil.

Tres grandes religiones de este planeta fincan sus credos en la palabra escrita y no pocos noviazgos se enamoran con palabras en papel, aunque repito que con 140 caracteres sólo alcanzarán para un besito y que si quieren formalizar el compromiso de por vida habrá que firmarlo en papel, así como también no hay divorcio sin parlamentos y particiones en tinta. Aunque ya no se envían misivas y casi se nos olvidan las postales, se escriben correos electrónicos y mensajes en pantallitas que permiten una inmediatez y verificación instantánea del contacto impalpable, pero en la interpretación de la lectura es en donde aparece el bache al que se quiere referir esta columna: en las más recientes biografías de José Stalin se ahonda con asombro en su vida como lector voraz, editor implacable (de lápiz azul) y prolífico habitante de los márgenes (con chistes, comentarios y alusiones en muchísimos de los miles de volúmenes que formaron su vasta biblioteca).

El tirano leía desde el seminario donde no llegó a cuajar como sacerdote y como miliciano, preso en Siberia o en las ramblas de la Revolución; el de Hierro leía de todo y de todos, exageraba su modestia cuando quisieron editarle sus Obras Completas y ensalzar su cerebro como iluminado lector, quizá precisamente porque intuyó que en la posteridad habría más de uno que no se deja engañar con el silogismo de Leo, por ende soy Sabio, y lo que Impongo es Inapelable. Tal truquito revela que hablar de Stalin como el enloquecido asesino de millones de seres humanos amaina lo siniestro: no era un loquito a la deriva, sino un lector absolutamente consciente de que el Mal que profesaba, destilaba y contagiaba en la adulación incondicional o intimidada de sus seguidores era mucho más voluminoso que los ejemplares de una biblioteca infinita: el Mal como libro donde todos los libros pueden naufragar en la siniestra baba del simulacro y el autoritarismo letal. 

Jorge F. Hernández

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Jorge F. Hernández
  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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