El mundo, como sistema, ha transitado a través de los más diversificados modos y modelos políticos, económicos, ideológicos y hasta biológicos durante sus miles de millones de años de existencia. Como humanidad hemos sido testigos y protagonistas de cambios, adaptaciones, adecuaciones, transformaciones, evoluciones y revoluciones que has definido derroteros y rutas hacia una civilización que no hemos sabido concretar ni comprender como especie. Nos decimos sapiens y apenas esbozamos o balbuceamos algunas breves manifestaciones de inteligencia en episodios más bien esporádicos: El fuego, la rueda, la lógica, la escritura, la noción del tiempo.
Mentes audaces como las de Aristóteles, Galileo, Newton, Einstein o Sagan han dado inicio a reflexiones sobre el cosmos y la vida que no han terminado de asumirse ni resolverse. En ese devenir histórico, desde las primeras expresiones del ser común y el bienestar –del ser uno, del ser otro, del ser nosotros– hasta las epifanías del egoísmo, el individualismo, la propiedad privada y el culto al yo superlativo, que han derivado en ambición de poder, riqueza y sometimiento que luego producen guerras y atrocidades en el nombre de la falsa idea de libertad que se sustenta en el caótico designio de la barbarie y la protervia, es que los seres humanos hemos construido modos de convivencia imperfectos –en ocasiones absurdos y a veces utópicos– determinados por los exabruptos de personajes, sectas y grupos que pretenden el control absoluto de la gran masa de seres dóciles, y sin conciencia crítica plena y clara, que habitan el planeta. Esos que se dejan seducir y manipular por el canto de las sirenas o las flautas mágicas que los conducen al abismo de la insensibilidad aderezada de inocencia e ingenuidad.
El comunismo, el esclavismo, los imperios, el feudalismo, el capitalismo, las monarquías, las repúblicas, los escenarios idílicos, la globalización… las revoluciones económicas, las innovaciones tecnológicas, las transformaciones científicas, la invención filosófica… el trabajo, el progreso, el crecimiento y el desarrollo has sido tan solo intentos por alcanzar estadios superiores en aras de la armonía social. Ninguno ha sido plenamente exitoso. Las fórmulas, las pitonisas y los algoritmos han fallado.
Tal vez sea conveniente e indispensable elaborar nuevos discursos y comenzar a construir nuevos derechos y obligaciones en torno a la interacción con nuevos entornos y ser nuevas personas. Tengo perfectamente claro que un camino posible es el de entender que como sociedad debemos apreciar el valor de ser comunidad, en igualdad, equidad, justicia, resiliencia y democracia. Y tengo aún más precisa la noción de que no es por la vía del capitalismo rapaz y el fomento a la propiedad privada –maltentendida como libertad– que la cosa pública podría funcionar. Hoy el asunto es un tema de bienestar comunitario y de interés por la creación de condiciones favorables de oportunidades para todos. Es tiempo de solidaridad, de subsidiaridad, de colaboración, de crecer juntos y en conjunto. No, no es tiempo de beneficios exclusivos ni de privilegios obscenos.
Me declaro contrario al discurso sofista de Xavier Milei en Davos. No Milei, el capitalismo es depredador e instrumento generador de la pobreza de las mayorías y del enriquecimiento de la oligarquía. Es explotación y significa la garantía de sumisión a las garras del mercado. Es, de facto, el principal destructor de los sistemas de valor humano de la sociedad. Cancela la equidad y lacera los principios de la igualdad y la justicia social. Falaz discurso el de crear oportunidades en donde existen condiciones de exclusión y de gandayismo por parte de los poderosos que controlan los mercados. El consumo nos consume y la oferta excesiva, irracional e indiscriminada de insumos y productos está destruyendo al Planeta. No Milei, estás equivocado. JFA