El sexenio languidece y asistimos a las postrimerías de uno que marcará la historia patria. Hemos sido testigos de una transformación sin precedente en la efeméride nacional que ha dejado la marca indeleble de una innovadora visión política que se propuso y logró cambiar las rancias estructuras en el ejercicio del poder en este lugar de maravillas que es México. Sitio de contrastes y contradicciones, de opulencia y riqueza pero también de carencias y de ausencias. Lugar de presencias y escenario de sorpresas, que siempre estará en movimiento mientras exista el mundo.
Andrés Manuel supo dirigir con certidumbre y certezas los destinos azarosos de la república. Los grandes proyectos y las magníficas obras son testimonio insoslayable e insobornable del relato escrito con letras dignas de los bronces eternos. Enfrentó retos que superó con elocuencia y, claro, como ser humano, cometió errores que supo solventar con pertinencia y eficacia. Este lapso no estuvo exento de sobresaltos y ataques, ni de infundios, ni de mentiras de una oposición que se encontró de frente con sus atavismos y proclamó a los cuatro vientos –y al quinto sol– el colapso de la nación.
López Obrador salió airoso y conquistó a pulso su pedestal en el xiuhámatl. Prócer de la democracia dispuso su talento y su estatura de estadista para resolver las crisis para convertirlas en oportunidades para garantizar la equidad, la igualdad, la justicia y la democracia. Escucho del pueblo la voz de Dios y puso en marcha programas con los que se consiguió crear condiciones para el bienestar social y generar riqueza compartida.
El balance es positivo y hay superávit: Instituciones renovadas, la economía en crecimiento, hay desarrollo, hay inversión, hay confianza en la continuidad y hacia la consolidación del proyecto alternativo de nación que impulsamos y para el que trabajamos quienes estamos convencidos de que la fuerza y la inteligencia nos llevarán de la mano a ser la potencia que merecemos ser.
Si, es cierto, faltó tiempo. La inseguridad es materia pendiente. Sin embargo, esa materia es una asignatura que está en manos de narco-poderes fácticos globales y, asimismo, es producto de una profunda ignorancia cultural de la gente carente de valores esenciales y principios fundamentales, que no comprende cómo hacer para alcanzar los estadios avanzados de la civilización que demanda la verdadera política, esa que propende a la convivencia armónica entre los seres humanos.
Los mexicanos no hemos encontrado aún la fórmula para lograr resolver el enigma utópico impuesto por Iturbide: “Ahora os toca a ustedes aprender a ser felices”. Mientras tanto sólo me resta escribir por ahora: Gracias, Andrés Manuel, por indicar la ruta para luego, que cada caminante siga su camino. Finalmente decir que me complazco en el privilegio de ser amigo del mejor Presidente de la República.