Cultura

‘Aire Libre’

Cuando yo era niño me sentaba a escuchar radionovelas mientras miraba por la ventana. La que más me gustaba era La garra de acero, un truculento culebrón policiaco, según recuerdo, y también escuchaba, aunque con menos pasión, Porfirio Cadena, “el ojo de vidrio” y Kalimán. Desde esa época, desde que era un niño, he sentido un aprecio especial por la narrativa radiofónica, por esa vertiente mágica que tiene la voz, que es capaz de transportarte a otro mundo, como me pasaba a mí con La garra de acero, que escuchaba mientras veía, sin verla, la vida pasar por la ventana, porque lo que de verdad veía era todo lo que me iba contando esa voz.

De tanto oír aquellas radionovelas terminé haciendo radio, no exactamente ese género, hacía programas donde contaba cosas y ponía canciones, un esquema bastante elemental pero siempre con una hiperconciencia sobre las palabras que decía, porque la radio ha sido siempre para mí una extensión de mi oficio de escritor, que es lo que era ya cuando me sentaba a escuchar La garra de acero.

A finales de los años 80 y durante un poco más de una década hice programas de radio en dos estaciones de Ciudad de México, dos estaciones dirigidas por gente joven, como era yo cuando empecé a hacer esos programas, hasta que un día, a causa de una mudanza a Irlanda, tuve que despedirme; no había forma práctica ni convincente de hacer radio
transatlántica y simplemente lo dejé de hacer, archivé aquellos años en la zona de las memorias felices de la juventud, y me dediqué a hacer lo que he hecho siempre: escribir.

Casi 20 años más tarde José Álvarez, el mejor director de radio que tiene este país, me invitó a regresar a la cabina, dentro de un proyecto nuevo que se llama Aire Libre y que ha conseguido montar con la energía de un colectivo de jóvenes entusiastas y con la sabiduría musical de Martín Delgado y el arrojo empresarial de Joselo Fernández. Aire Libre ya existe, está en el 105.3 de FM, y en la Red, pero digo que es un proyecto porque la radio siempre lo es, nunca está hecha, está siempre haciéndose, es un arte fugaz que nunca se puede controlar del todo, va uno todo el tiempo cinco minutos tarde.

Hace dos meses vino un ingeniero de Aire Libre a mi casa en Barcelona, a instalarme un equipo, y yo me puse a hacer programas trasatlánticos con un sistema muy simple, que en realidad es magia pura: hablo en España y lo que digo se oye en México; una cosa que no era posible cuando dejé de hacer radio para irme a vivir a Dublín, pero con una particularidad, la radio que se hace hoy queda grabada, inmortalizada, en un podcast, y cuando yo hacía radio en el siglo XX, todo lo que decía se disolvía, un segundo después, en el éter.

Yo pensaba entonces, ateniéndome a los principios de la física, que lo que decía en el micrófono, una porción de materia sonora, salía de la antena, se propagaba en el espacio y viajaba hasta el infinito como una entidad que respondía a aquella máxima que dice que la materia no se crea ni se destruye, solo se transforma, es decir, que las palabras duraban más allá del instante en el que eran pronunciadas, que quizá llegaban a la Luna, o más allá, lo cual les daba un poco más de vida.

Pero en el siglo XXI esta idea ha quedado obsoleta, hoy las palabras, y los programas de radio completos, quedan inmortalizados en el podcast, la radio ha perdido su naturaleza efímera, lo que se ha dicho de manera impulsiva se queda grabado para siempre, lo cual nos obliga a ser más sensatos y nos quita, irremediablemente, espontaneidad. Pero esto no sucede solo en la radio, la vida ha perdido grados de espontaneidad al quedar inmortalizada en las redes sociales, aunque también, quizá, los ha ganado, si lo que se busca es la promoción de la vida íntima.

Los escritores tenemos normalmente el control absoluto de todo lo que escribimos, cada palabra, cada punto y cada coma pasa por nuestra supervisión, el libro no va nunca a la imprenta sin nuestro visto bueno, y esto nos convierte a los escritores, a lo largo de los años, en control freaks, en gente que no soporta, ni entiende, que las cosas puedan salirse de su control, lo cual en el universo radiofónico es la normalidad.

Después de casi 20 años de no hacer radio, de ser el dueño de cada palabra escrita que produzco, lo primero que me desconcertó fue la custodia compartida de esas palabras, que ya no son solo mías, también le pertenecen a la tribu que las produce, las difunde, y las consume, de una manera inmediata, que no tiene que ver con la lentitud, casi eterna, con la que se mueven las palabras que escribo en mis libros.

La radio, esa que oía yo en los tiempos de La garra de acero, ha dejado de ser efímera para convertirse en materia eterna, y a mí me ha invitado a replantearme mi performance radiofónico, y a apreciarlo más que nunca por lo que tiene de desafío, de ir contra el tiempo que ya no puede disolvernos en el éter.

Mi programa en Aire Libre tiene un formato profundamente mexicano; mis radioescuchas españoles se sorprenden, yo creo que para bien, de la mezcla entre radio hablada y radio musical que no existe en España, no es ni una cosa ni la otra, es las dos al mismo tiempo, es una pieza mestiza, es la serpiente emplumada, es el halcón mariposa, es lo que hemos inventado aquí y que ahora encuentra su expresión en Aire Libre, una nueva estación de radio, una propuesta cultural que, en este México que parece que renace, deberíamos atender.

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Jordi Soler
  • Jordi Soler
  • Es escritor y poeta mexicano (16 de diciembre de 1963), fue productor y locutor de radio a finales del siglo XX; Vive en la ciudad de Barcelona desde 2003. Es autor de libros como Los rojos de ultramar, Usos rudimentarios de la selva y Los hijos del volcán. Publica los lunes su columna Melancolía de la Resistencia.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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